martes, 29 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (5)

Capítulo siete - En sombras

Algo se mueve, Laien. Algo ha ocurrido. Lo sé, Kainoh, algo que no habíamos previsto. No importa, no será más que un ligero contratiempo. El plan aun puede cumplirse. No me refiero a eso, Cosechador, una fuerza desconocida, un poder ajeno a Bazalbuferr ha entrado en escena. ¿Cómo lo sabes, Kainoh? Lo intuyo, esa hembra, la hija del mercader. Percibí una gran energía oculta en su interior, latente. ¿Ahora tienes miedo, demonio? Ten cuidado, Cosechador, escoge bien las palabras con las que te diriges a mi. Tu voluntad aun está subyugada a la mía. Y la de los dos está sujeta a la de Bazalbuferr. Kainoh, si quieres liberarte de mi y yo de ti debemos olvidarnos de poderes ajenos a lo que nos contempla. No debemos apartarnos de nuestro objetivo. Cierto, pero seamos cautos, esa hembra tenía un potente vínculo.. contigo. No recuerdo nada de mi pasado, demonio, pero sí sé que han pasado cien años desde entonces. Cualquiera que me conociera o murió o se olvidó de mi, esa mujer ya no es relevante. Aun así es intrigante, Cosechador, noté tu espíritu inquieto cuando esa mujer se nos acercó. Olvídate de ella, céntrate en nuestro objetivo. Como desees, Cosechador.

El jinete abrió los ojos en una sala de paredes rugosas, humedad insana y murmuro de roedores. La celda era grande, dentro habían más presos, cinco hombres y tres mujeres. Una de las mujeres era una niña que aparentaba unos ocho años. La pequeña estaba encogida en un rincón, abrazando sus rodillas y mirando con temblor el suelo. Se la oía sollozar tras sus cabellos azabache. Delante de ella se erguían dos hombres, uno alto y con cara de rata y el otro de generosa barriga. Ambos la miraban con malicia ante la indiferente mirada del resto de los presentes, pero al jinete no le resultó indiferente.
―¿Tienes miedo, pequeña diablilla? ―dijo el alto. Su compañero repasó el delgado cuerpo de la niña. Ella no respondió.
―Tranquila, sabremos como cuidarte ―dijo el gordo, su compañero rió mostrando su colección de dientes negros ―. Muy bien, chiquilla.
La niña no respondió, el gordo acercó las manos y la tomó de los brazos. Ella trató de zafarse, no pudo.
―¡Dejadme! ¡Socorro! ―los hombres estallaron en carcajadas, al terminar el gordo le dio una sonora bofetada.
―Cierra el pico, zorra. Aquí nadie te cuidará mejor que el tío Ramus y el tío Zhain ―inquirió mientras la inmovilizaban. El alto la abrió de piernas y empezó a bajarse los pantalones. La niña no se resistió ni podía, tumbó la cabeza mirando al vacío, a la nada. Ese vacío y esa nada quisieron que fuera el jinete, que le respondió con la mirada. Laien sintió un escalofrío, Kainoh supo que algo le ocurría. Un sentimiento ahogado en penumbras afloró en el hombre, duró poco, muy poco, pronto regresó a la penumbra. Pero duró lo suficiente.
―¡Ábrete de piernas, puta! ―ladró el tío Zhain― ¡Qué la tengo gorda para ese chocho tan menudo!
El hombre de prominente miembro se puso rígido. Una desencajada mueca se dibujó en su rostro, empezó a gotear sangre y luego fue un chorro. De su nuca brotó una fuente que se precipitaba al suelo, la niña empezó a chillar. Laien sacó los dos dedos encajados en el cuello del alto. Salió más sangre. Tío Zhain se derrumbó sin vida ante la aterrada mirada de su compañero.
―¡Asesino asqueroso! ―rugió el alto tratando de patear a Laien que estaba acuclillado junto al cuerpo.
El jinete fue más veloz. Esquivó la patada dando una perfecta voltereta de espaldas, el gordo se volvió hacia él y encadenó una sucesión de puñetazos que el jinete sorteó con facilidad sobrenatural. El gordo estaba curtido en peleas, pero eso era para el estándar humano. Los reflejos del jinete anticiparon un golpe tras otro, cada movimiento de piernas, cada quiebro, como una perfecta máquina engrasada. Laien se agazapó como una serpiente encogida para dar su letal mordisco, pero entonces regresó el dolor. El antebrazo derecho despertó, la carne desnuda palpitó frenando el contraataque y el gordo aprovechó esos segundos. El tío Ramus propinó una potente patada en la cabeza del jinete.
―¡Ja! ―exclamó satisfecho, pero la satisfacción desapareció de repente. La punta del pie había conectado con el parietal del cráneo, esa patada hubiera tumbado al más fornido. Pero Laien solo había retrocedido unos pasos, volviendo la cabeza hacia atrás, notando que únicamente descendía un hilo de sangre. Restableció la cabeza en su sitio, haciendo crujir los huesos, y observó al gordo que estaba petrificado. Este vio los ojos rojos del jinete, ya no habían pupilas, ni iris, sólo un fantasmal brillo carmesí. Tío Ramus no vio nada más. Laien fue rápido y en un instante se ubicó ante el cuerpo rechoncho de su adversario. Con un gesto arrancó los ojos de sus cuencas, sin dejarlo caer se deslizó a sus espaldas y perforó dos veces. Dentro de la carne sus uñas se convirtieron en garras, atravesando carne y hueso hasta sus pulmones. Para cuando el jinete terminó el gordo ya hubo muerto mucho antes de derrumbarse. La niña aun lloraba, pero estaba callada y los demás presos supieron que no debían meterse ni con la pequeña ni con él.

―¿Y dices que localizó un crecimiento de actividad mágica en la casa del mercader Brennus?
―Sí, milord. Luego se volvió a repetir en los calabozos de la guardia. La misma huella arcana.
―¿De qué naturaleza se trata?
―Es extraña, milord. Los astromantes de la Ciudadela nos dieron lecturas incompletas. Sin duda se trata de naturaleza demoníaca, pero hay también el rastro de un genuino, también una tercera fuente, desconocida.
―¿Cómo que desconocida? Los astromantes deberían como mínimo darnos una huella parecida a la de su archivo mental.
―La astromancia no es infalible, milord. Demasiadas variables, los hilos telúricos de la zona, los nodos artificiales de la escuela, la conjunción de las estrellas... Demasiadas variables.
―¡No quiero oír excusas, Arguzeus! Sea lo que sea, ese algo ha llegado a Émpora sin que nos diéramos cuenta. Aquí, en la capital de la magia de Eynea. Esto es inaudito, inconcebible.
―Lo lamento, milord Chialaman. Tanto los astromantes y los auramantes trabajarán prestos en averiguar más acerca de esta fuente.
―Déjalo, habrá tiempo para corregir su incompetencia. Me interesa la fuente, esa huella y tenemos que adelantarnos antes de que otros lo hagan. Envía a Stratopolos a por él.
―¿Vivo o muerto, milord?
―Preferiblemente vivo, Stratopolos sabe que cobra el doble por pieza viva.

A media tarde, al menos eso se creía por los ronquidos del guardia, la niña se acercó a Laien. Tras las dos muertes la guardia entró en la celda. A continuación interrogaron a los presos, pero sin demasiado éxito ni interés por su parte. Mejor que se mataran entre ellos, menos trabajo para el verdugo, pensarían. La niña había permanecido en silencio, encogida en su rincón sin articular palabra desde las muertes de tío Ramus y tío Zhain. El jinete la había rescatado, pero tras esa supuesta heroicidad no hubo más, se apartó enseguida a un lado sin decir nada. Ella vio esos dos ojos rojos, la sonrisa de satisfacción al dar muerte, casi le dio más miedo su propio salvador que sus violadores. Casi. El jinete estaba sentado en un rincón, apoyando la espalda en una pared húmeda poblada de moho y arañazos, parecían humanos. La niña se sentó cerca de él, pero lejos del alcance de sus manos, a ellas sí les tenía pavor.
―Gracias... por salvarme ―murmuró lo suficientemente alto para que la escuchara.
Él no respondió, ella continuó.
―¿Cómo te llamas? Yo Marla ―la niña miró detenidamente a Laien, ya no parecía tan amenazador.
Él seguía sin responder.
―No hablas mucho.., ¿Estás enfadado con alguien? ―Marla continuó hablando durante un rato sola, cuando vio que el jinete no contestaría se dio por vencida. Se volvió a acurrucar y cuando estuvo dormida se derrumbó a un lado, terminó apoyada sobre el hombro de Laien. El jinete la miró unos instantes, sintió calidez. No la despertó.

Ya atardecía, pero la perpetua noche de la celda rompía ese contacto tan cotidiano con la realidad. A lo largo de la tarde llegaron dos presos más. Un hombre bizco y un inquieto mediano. El bizco hizo buenas migas con el contio, probablemente tenía alguna tara mental. La relación se basaba en las casi crueles burlas del mediano hacia él y el bizco riéndole las gracias. Laien continuaba inmóvil, sentado en su rincón y Marla se había despertado. La niña trató de arrancar alguna palabra a su distante salvador, pero sus monólogos eran las únicas voces en ese lado de la celda. De vez en cuando él la miraba, ella veía en sus ojos alguna clase de respuesta dándose por satisfecha. Luego seguía su conversación de una sola voz.
Al rato se oyeron voces. Venían de fuera, del pasillo, parecía una discusión. Una de las voces era de los guardias, la otra le parecía familiar y luego Kainoh percibió una presencia, advirtiendo a Laien desde el subconsciente. El chirrido metálico de la puerta al abrirse obligó a todas las mirada dirigirse a ella. Apareció el carcelero haciendo sonar las llaves.
―¡Kainoh de Ibrim! ―escupió un gargajo a un lado mientras esperaba respuesta. El jinete se levantó, se acercó al carcelero.
―¿Eres tu? ―preguntó, pero no espero respuesta, impaciente―. Sí, lo eres. Han pagado tu fianza, eres libre.
El jinete lo midió con la mirada, luego se volvió hacia Marla. La niña lo observaba con ojos menudos, percibió en ellos el miedo a volver a estar sola. Regresó esa sensación.
―La niña. Se viene conmigo ―dijo frío al carcelero. El hombre rió levemente jugueteando con las llaves.
―Esa cría ha de cumplir su condenada. Aun debo enseñarle bien cual es su lugar, a base de golpes de vara y de pito.
Laien lo volvió a mirar, pero sus ojos fueron los de Kainoh. El carcelero se puso rígido.
―La niña. Se viene conmigo ―repitió.
―Claro, claro. Que se vaya contigo. ¿Qué me importa a mi? ―al carcelero le temblaba la voz, Kainoh apagó su mirada y retornó al subconsciente de Laien. El jinete se volvió hacia su protegida.
―Marla, vamos.
Esas fueron las primeras palabras que su salvador le dirigía. No había sonrisa, ni calidez, solo un timbre frío e inerte. Aun así para Marla sonaron dulces y reconfortantes. La niña se acercó a Laien, reprimiendo saltar de alegría. Se les condujo a una sala que parecía la oficina de la cárcel. Había una mesa, algunas sillas y una ventana por la que se filtraba un rojizo atardecer. En la misma había un hombre bajito y rechoncho, pero de mirada inteligente. También había una chica, mayor que Marla, de melena pelirroja y ojos verdes, muy guapa. Vio a Laien ponerse en guardia, Marla supo enseguida que él ya los conocía. Diría más, los esperaba.

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