jueves, 31 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (6)

Capítulo ocho - El carnicero, el mercader y la doncella


Marla miraba sin comprender la tensa conversación entre el hombre bajo y gordo, la guapa chica pelirroja y su misterioso salvador. Más bien no comprendía la ausencia de esta. Laien no respondía a ninguna de las preguntas del hombre, ni siquiera con los doloroso golpes que los guardias, gustosos, le propinaban en el estómago. Marla podía ver el dolor reflejado en los ojos de su salvador, pero su rostro pétreo encolerizaba cada vez más al mercader barrigudo. La chica de cabellos rojos se había sentado junto a Marla, tenía una sonrisa preciosa y sus ojos verdes reconfortaban a la niña. La joven comprendía lo que ocurría, pero sus muecas de asco daban clara su posición respecto a la tortura a la que era sometido el misterioso jinete.
―Volvamos a empezar ―dijo tranquilamente Lear mientras daba orden a los guardias para que aflojaran la presión en los hombros de Laien. El mercader sonrió malévolo―. Tu amo, ¿quién te manda por la joya?
Laien escupió sangre directamente a la cara impoluta del mercader. Uno de los guardias golpeó con la manopla de metal en el rostro del jinete, rompiendo con seguridad un par de dientes. Lear se limpió la sangre del rostro, no dijo palabra. Se sentía seguro, a salvo, todo lo contrario en el violento episodio acaecido en su despacho dos días después. Los guardias lo encontraron encogido en una esquina, tiritando de miedo y con una olorosa marca a orina en sus pantalones. Esa humillación debía ser reparada, aunque fuera con los medios más indignos y porque él tenia el dinero para permitírselo.
―Eres repugnante, Bren-Na ―bufó con una sonrisa maligna Laien. El mercader se volvió, inflado como un pavo real.
―¿Y tu no lo eres? Sé quien eres, señor Kainoh. Un reguero de muerte dejas en Lenya y no tuviste obstáculo en empezar aquí, en Eynea, dejando esos muertos en la posada y al pobre Maine Roverus. El Demonio Carnicero, así te llaman en tu tierra. Si tan repugnante soy, asesino, sin duda tu debes ser el mismo Amal encarnado. Te lo volveré a preguntar, Kainoh. ¿A quién sirves?
―Vete al infierno.
Una sucesión de nuevos golpes sacudió el cuerpo del jinete. Algunas costillas crujieron en el proceso, Laien no pudo evitar soltar un gemido de dolor. Lear sonrió satisfecho.
―¡Basta! ¡Basta! ―chilló Marla zafándose de los guardias y abrazándose a Laien―. ¡Lo vais a matar! ¡Lo vais a matar!
―¿Quién ha dejado entrar a esta mocosa aquí? ¡Que la saquen de aquí inmediatamente! ―rugió Lear echando pestes sobre los guardias.
―¡No! No me separaré de él. Me salvó. ¡Me salvó de esos hombres y yo le voy a salvar de vosotros!
Los guardias rieron mirándose los unos a los otros. El más cercano acercó la mano para agarrar a Marla por el pelo, pero de manera sorprendente la muchacha flexionó las piernas alejándose del guardia.
―¡Cogedla!
Hasta tres de los cuatro guardias se abalanzaron sobre Marla, pero la chiquilla era endiabladamente rápida. Esquivó cada embestida con naturalidad, de una manera casi armónica moviendo el cuerpo como una bailarina. Al primero le mordió un dedo hasta casi arrancárselo y a otro tuvo tiempo de dejarle un mal recuerdo en las partes nobles, Laien creyó que si no hubiera sido tan reducido el espacio de la sala de tortura podría haberse escapado. El tercer guardia cayó sobre Marla, cogiéndola del cuello, se agitó como un salmón en el cebo, pero ya no pudo liberarla.
―Llevárosla al calabozo. Esta necesita unos cuantos azotes para que aprenda ―mandó el jefe de los guardias. Lear asintió satisfecho y volvió a prestar atención al jinete, que no había cambiado el gesto de indiferencia.
La sesión continuó. De Laien no sacaron más que unos pocos gemidos de dolor favorecidos por la rotura de algunas costillas y el aplastamiento de su muñeca desgarrada. Todo ese dolor lo soportaba estoicamente, un dolor necesario, un dolor irrisorio con el sufrido antes. Lear se desesperaba, en su rostro se podía ver que él tampoco disfrutaba de ello, que era un hombre acostumbrado a obtener aquello que deseaba sin esperar mucho por obtenerlo. En cambio los guardias eran como lobos disfrutando con un venado herido. Todo esto lo observaba Maiah, callada en un rincón, y con los ojos clavados en el jinete. A su padre le extrañó que le pidiera acompañarle, pero su padre siempre hacía lo que ella le pedía y pocas veces se negaba. Esta vez no fue distinto. La mujer sentía un fuerte vínculo con el llamado Kainoh, una sensación agridulce que la reconfortaba cuando estaba en presencia de él. Al final Maiah impuso su voz.
―No le vas a sacar nada así, padre. Esta claro que no hablará. Es tozudo como un enano gris. Déjame hablar con él, a solas. Sé que a mi me contará lo que deseas saber, no hará falta más sangre en el suelo. Ya se han divertido suficiente estos perros a los que llaman guardias.
Lear miró a su hija con evidente preocupación.
―No es seguro dejarte a solas con este... monstruo, Maiah. Él dijo que te haría cosas terribles si tenía la oportunidad.
―Sé lo que dijo. Estaba escuchando, aunque sin esfuerzo podía oírse como te amenazaba a ti, a madre y contra mi virtud. Me da igual, quiero hablar con él. Si no habla tendrás una excusa más para mandarlo al cadalso o entregarlo a los magos para que lo examinen.
―Los magos ―bajó la voz―. Estarán tras la pista de este tipejo. No sé de magia, pero sé que lo que vimos en casa lo podía detectar hasta un aprendiz. Sé breve y cuidadosa, hija. Te dejaré un guardia para que vigile.
―He dicho a solas, padre. No quiero a nadie aquí.
A Lear se le encogieron los ojos. Miró a su niña hecha mujer y temió por ella. Echó pestes sobre la educación demasiado liberal que le había dado a su hija, pero ya era demasiado tarde. Se parecía demasiado a él y sabía que aunque se negara terminaría haciéndolo de un modo u otro.
―Esta bien, Maiah. Pero solo diez minutos. A los diez se terminó este juego, ¿queda claro?
―Queda claro, padre. Ah, una cosa más. Traed a la niña aquí, quiero tenerla cerca para que nadie se pase un pelo con ella.

La sala se quedó grande para los tres. Los guardias murmuraban blasfemias y juramentos hacia el posible destino de Laien. Marla se sentó en una silla, mirando el masacrado cuerpo del jinete en silencio. Maiah no estaba sentada, se quedó de pie, mirando a los ojos de Laien. Ambos sintieron un escalofrío.
―¿Quién eres? ―se decidió a preguntar la muchacha sin apagar su verdosa mirada―. Tengo la sensación que nos hemos visto en algún otro momento. Lugar.
Laien no respondió y miró a un lado. Maiah se mordió el labio inferior sin apartar la mirada del jinete.
―¿No respondes? ¿Prefieres que esos brutos vuelvan para terminar el trabajo? Si es eso lo que quieres puedo hacerlo. Solo has de pedirlo o mostrármelo con tu silencio.
Hubo otro silencio. Maiah se resistía a avisar a los guardias.
―No lo sé. Dímelo tú. ¿Quién soy?
―Tampoco lo sé. Pero siento calidez, cerca de ti. Una sensación extraña que nunca antes sentí.
Laien se resistió a admitir la misma sensación. Los ojillos curiosos de Marla saltaban de uno a otro, pero mantenía quieta la lengua.
―Lo sé.
―¿Por qué nos amenazaste? ¿Qué es tan importante para matar por ello?
Laien volvió al silencio.
―Callas. ¿No sacaré nada más? ¿Darme por vencida? Si es así me iré. Si eso deseas saldré por esa puerta para que vuelvan a coserte a golpes.
Maiah se levantó decidida y miró al portón. Dio un paso hacia la puerta.
―No recuerdo quien soy. Donde nací. Quienes son mis padres. Ni hermanos, primos o hijos. Mi mundo se limita a las sombras anteriores a renacer desnudo en un campo de arroz en medio de Lenya hasta este momento. He matado gente, he robado, he engañado y he asesinado a sangre fría. No me arrepiento de nada. Soy aquello que me llaman, un carnicero. ¿Por qué? Por venganza. Busco la venganza a través de la sangre de mis víctimas. Mírame. No podrías decirme que edad tengo, ni que cicatriz fue anterior a otra. Mis ojos han perdido el color de la vida y mi cabello en gris como el de un anciano. He caminado durante setenta años a través de la muerte, sin vacilar, sin remordimientos. Hombres, mujeres, niños y ancianos han sido mis pasos. Sin piedad. Sin cuartel. En nombre de la venganza soy el monstruo que busca a su igual. Dime, doncella que siente calidez a mi lado, ¿qué buscas? ¿un compañero? ¿alguien que te comprenda? Perdí la sensibilidad el mismo día que estrangulé a un niño de cinco años con mis propias manos. Busca a otro a quien ayudar, porque mi alma es tan oscura que aunque fuera iluminada por la Luz de Eldor solo serviría para ver más claramente mis atrocidades.
Maiah se quedó callada. No quiso mostrarlo, pero aquello que aquel hombre atado a una silla y lleno de cardenales le repugnó. Marla se removió nerviosa en su silla, miraba con ojos encogidos al jinete que había bajado la cabeza. La hija de Lear tomó delicadamente la mejilla de Laien hasta la altura de sus ojos. El corazón de ambos palpitaron desbordados.
―No puedo odiarte. Tus palabras, tus actos. Eres un monstruo, un diablo encarnado. Y no puedo odiarte, ¿por qué? ¿por qué tus palabras no me repugnan? Tiemblo al pensar en lo que eres, pero no tengo odio. Solo miedo. ¿Por qué?
Marla escuchó como el jinete respondía con voz áspera. A su vez Maiah encontraba fuerzas para contestar con delicadeza al jinete. La pequeña no comprendía nada de aquello. El demonio al que quería dar muerte el jinete, la joya con la que pretendía usarse para tal fin y su largo camino de sangre a través de Lenya. Para Marla sólo había un hombre con ninguna razón para vivir y demasiadas para morir y a su lado una joven muchacha que se estremecía al escuchar la sangrienta historia del jinete venido del sur.

martes, 29 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (5)

Capítulo siete - En sombras

Algo se mueve, Laien. Algo ha ocurrido. Lo sé, Kainoh, algo que no habíamos previsto. No importa, no será más que un ligero contratiempo. El plan aun puede cumplirse. No me refiero a eso, Cosechador, una fuerza desconocida, un poder ajeno a Bazalbuferr ha entrado en escena. ¿Cómo lo sabes, Kainoh? Lo intuyo, esa hembra, la hija del mercader. Percibí una gran energía oculta en su interior, latente. ¿Ahora tienes miedo, demonio? Ten cuidado, Cosechador, escoge bien las palabras con las que te diriges a mi. Tu voluntad aun está subyugada a la mía. Y la de los dos está sujeta a la de Bazalbuferr. Kainoh, si quieres liberarte de mi y yo de ti debemos olvidarnos de poderes ajenos a lo que nos contempla. No debemos apartarnos de nuestro objetivo. Cierto, pero seamos cautos, esa hembra tenía un potente vínculo.. contigo. No recuerdo nada de mi pasado, demonio, pero sí sé que han pasado cien años desde entonces. Cualquiera que me conociera o murió o se olvidó de mi, esa mujer ya no es relevante. Aun así es intrigante, Cosechador, noté tu espíritu inquieto cuando esa mujer se nos acercó. Olvídate de ella, céntrate en nuestro objetivo. Como desees, Cosechador.

El jinete abrió los ojos en una sala de paredes rugosas, humedad insana y murmuro de roedores. La celda era grande, dentro habían más presos, cinco hombres y tres mujeres. Una de las mujeres era una niña que aparentaba unos ocho años. La pequeña estaba encogida en un rincón, abrazando sus rodillas y mirando con temblor el suelo. Se la oía sollozar tras sus cabellos azabache. Delante de ella se erguían dos hombres, uno alto y con cara de rata y el otro de generosa barriga. Ambos la miraban con malicia ante la indiferente mirada del resto de los presentes, pero al jinete no le resultó indiferente.
―¿Tienes miedo, pequeña diablilla? ―dijo el alto. Su compañero repasó el delgado cuerpo de la niña. Ella no respondió.
―Tranquila, sabremos como cuidarte ―dijo el gordo, su compañero rió mostrando su colección de dientes negros ―. Muy bien, chiquilla.
La niña no respondió, el gordo acercó las manos y la tomó de los brazos. Ella trató de zafarse, no pudo.
―¡Dejadme! ¡Socorro! ―los hombres estallaron en carcajadas, al terminar el gordo le dio una sonora bofetada.
―Cierra el pico, zorra. Aquí nadie te cuidará mejor que el tío Ramus y el tío Zhain ―inquirió mientras la inmovilizaban. El alto la abrió de piernas y empezó a bajarse los pantalones. La niña no se resistió ni podía, tumbó la cabeza mirando al vacío, a la nada. Ese vacío y esa nada quisieron que fuera el jinete, que le respondió con la mirada. Laien sintió un escalofrío, Kainoh supo que algo le ocurría. Un sentimiento ahogado en penumbras afloró en el hombre, duró poco, muy poco, pronto regresó a la penumbra. Pero duró lo suficiente.
―¡Ábrete de piernas, puta! ―ladró el tío Zhain― ¡Qué la tengo gorda para ese chocho tan menudo!
El hombre de prominente miembro se puso rígido. Una desencajada mueca se dibujó en su rostro, empezó a gotear sangre y luego fue un chorro. De su nuca brotó una fuente que se precipitaba al suelo, la niña empezó a chillar. Laien sacó los dos dedos encajados en el cuello del alto. Salió más sangre. Tío Zhain se derrumbó sin vida ante la aterrada mirada de su compañero.
―¡Asesino asqueroso! ―rugió el alto tratando de patear a Laien que estaba acuclillado junto al cuerpo.
El jinete fue más veloz. Esquivó la patada dando una perfecta voltereta de espaldas, el gordo se volvió hacia él y encadenó una sucesión de puñetazos que el jinete sorteó con facilidad sobrenatural. El gordo estaba curtido en peleas, pero eso era para el estándar humano. Los reflejos del jinete anticiparon un golpe tras otro, cada movimiento de piernas, cada quiebro, como una perfecta máquina engrasada. Laien se agazapó como una serpiente encogida para dar su letal mordisco, pero entonces regresó el dolor. El antebrazo derecho despertó, la carne desnuda palpitó frenando el contraataque y el gordo aprovechó esos segundos. El tío Ramus propinó una potente patada en la cabeza del jinete.
―¡Ja! ―exclamó satisfecho, pero la satisfacción desapareció de repente. La punta del pie había conectado con el parietal del cráneo, esa patada hubiera tumbado al más fornido. Pero Laien solo había retrocedido unos pasos, volviendo la cabeza hacia atrás, notando que únicamente descendía un hilo de sangre. Restableció la cabeza en su sitio, haciendo crujir los huesos, y observó al gordo que estaba petrificado. Este vio los ojos rojos del jinete, ya no habían pupilas, ni iris, sólo un fantasmal brillo carmesí. Tío Ramus no vio nada más. Laien fue rápido y en un instante se ubicó ante el cuerpo rechoncho de su adversario. Con un gesto arrancó los ojos de sus cuencas, sin dejarlo caer se deslizó a sus espaldas y perforó dos veces. Dentro de la carne sus uñas se convirtieron en garras, atravesando carne y hueso hasta sus pulmones. Para cuando el jinete terminó el gordo ya hubo muerto mucho antes de derrumbarse. La niña aun lloraba, pero estaba callada y los demás presos supieron que no debían meterse ni con la pequeña ni con él.

―¿Y dices que localizó un crecimiento de actividad mágica en la casa del mercader Brennus?
―Sí, milord. Luego se volvió a repetir en los calabozos de la guardia. La misma huella arcana.
―¿De qué naturaleza se trata?
―Es extraña, milord. Los astromantes de la Ciudadela nos dieron lecturas incompletas. Sin duda se trata de naturaleza demoníaca, pero hay también el rastro de un genuino, también una tercera fuente, desconocida.
―¿Cómo que desconocida? Los astromantes deberían como mínimo darnos una huella parecida a la de su archivo mental.
―La astromancia no es infalible, milord. Demasiadas variables, los hilos telúricos de la zona, los nodos artificiales de la escuela, la conjunción de las estrellas... Demasiadas variables.
―¡No quiero oír excusas, Arguzeus! Sea lo que sea, ese algo ha llegado a Émpora sin que nos diéramos cuenta. Aquí, en la capital de la magia de Eynea. Esto es inaudito, inconcebible.
―Lo lamento, milord Chialaman. Tanto los astromantes y los auramantes trabajarán prestos en averiguar más acerca de esta fuente.
―Déjalo, habrá tiempo para corregir su incompetencia. Me interesa la fuente, esa huella y tenemos que adelantarnos antes de que otros lo hagan. Envía a Stratopolos a por él.
―¿Vivo o muerto, milord?
―Preferiblemente vivo, Stratopolos sabe que cobra el doble por pieza viva.

A media tarde, al menos eso se creía por los ronquidos del guardia, la niña se acercó a Laien. Tras las dos muertes la guardia entró en la celda. A continuación interrogaron a los presos, pero sin demasiado éxito ni interés por su parte. Mejor que se mataran entre ellos, menos trabajo para el verdugo, pensarían. La niña había permanecido en silencio, encogida en su rincón sin articular palabra desde las muertes de tío Ramus y tío Zhain. El jinete la había rescatado, pero tras esa supuesta heroicidad no hubo más, se apartó enseguida a un lado sin decir nada. Ella vio esos dos ojos rojos, la sonrisa de satisfacción al dar muerte, casi le dio más miedo su propio salvador que sus violadores. Casi. El jinete estaba sentado en un rincón, apoyando la espalda en una pared húmeda poblada de moho y arañazos, parecían humanos. La niña se sentó cerca de él, pero lejos del alcance de sus manos, a ellas sí les tenía pavor.
―Gracias... por salvarme ―murmuró lo suficientemente alto para que la escuchara.
Él no respondió, ella continuó.
―¿Cómo te llamas? Yo Marla ―la niña miró detenidamente a Laien, ya no parecía tan amenazador.
Él seguía sin responder.
―No hablas mucho.., ¿Estás enfadado con alguien? ―Marla continuó hablando durante un rato sola, cuando vio que el jinete no contestaría se dio por vencida. Se volvió a acurrucar y cuando estuvo dormida se derrumbó a un lado, terminó apoyada sobre el hombro de Laien. El jinete la miró unos instantes, sintió calidez. No la despertó.

Ya atardecía, pero la perpetua noche de la celda rompía ese contacto tan cotidiano con la realidad. A lo largo de la tarde llegaron dos presos más. Un hombre bizco y un inquieto mediano. El bizco hizo buenas migas con el contio, probablemente tenía alguna tara mental. La relación se basaba en las casi crueles burlas del mediano hacia él y el bizco riéndole las gracias. Laien continuaba inmóvil, sentado en su rincón y Marla se había despertado. La niña trató de arrancar alguna palabra a su distante salvador, pero sus monólogos eran las únicas voces en ese lado de la celda. De vez en cuando él la miraba, ella veía en sus ojos alguna clase de respuesta dándose por satisfecha. Luego seguía su conversación de una sola voz.
Al rato se oyeron voces. Venían de fuera, del pasillo, parecía una discusión. Una de las voces era de los guardias, la otra le parecía familiar y luego Kainoh percibió una presencia, advirtiendo a Laien desde el subconsciente. El chirrido metálico de la puerta al abrirse obligó a todas las mirada dirigirse a ella. Apareció el carcelero haciendo sonar las llaves.
―¡Kainoh de Ibrim! ―escupió un gargajo a un lado mientras esperaba respuesta. El jinete se levantó, se acercó al carcelero.
―¿Eres tu? ―preguntó, pero no espero respuesta, impaciente―. Sí, lo eres. Han pagado tu fianza, eres libre.
El jinete lo midió con la mirada, luego se volvió hacia Marla. La niña lo observaba con ojos menudos, percibió en ellos el miedo a volver a estar sola. Regresó esa sensación.
―La niña. Se viene conmigo ―dijo frío al carcelero. El hombre rió levemente jugueteando con las llaves.
―Esa cría ha de cumplir su condenada. Aun debo enseñarle bien cual es su lugar, a base de golpes de vara y de pito.
Laien lo volvió a mirar, pero sus ojos fueron los de Kainoh. El carcelero se puso rígido.
―La niña. Se viene conmigo ―repitió.
―Claro, claro. Que se vaya contigo. ¿Qué me importa a mi? ―al carcelero le temblaba la voz, Kainoh apagó su mirada y retornó al subconsciente de Laien. El jinete se volvió hacia su protegida.
―Marla, vamos.
Esas fueron las primeras palabras que su salvador le dirigía. No había sonrisa, ni calidez, solo un timbre frío e inerte. Aun así para Marla sonaron dulces y reconfortantes. La niña se acercó a Laien, reprimiendo saltar de alegría. Se les condujo a una sala que parecía la oficina de la cárcel. Había una mesa, algunas sillas y una ventana por la que se filtraba un rojizo atardecer. En la misma había un hombre bajito y rechoncho, pero de mirada inteligente. También había una chica, mayor que Marla, de melena pelirroja y ojos verdes, muy guapa. Vio a Laien ponerse en guardia, Marla supo enseguida que él ya los conocía. Diría más, los esperaba.

viernes, 25 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (4)

Capítulo sexto - Regalo


A la mañana siguiente el viento ya no soplaba. A cambio el cielo se había envuelto en un mantel de oscuras nubes. Lloviznaba, sonaban lejanos truenos, hacía mucho frío. Las gotas repicaban sobre las tejas formando improvisados canales que se precipitaban al vacío. Lear no salió al balcón esa mañana, estaba ocupado con Hannah, la asistenta de su esposa, en la cama. En la sala de música, la más lejana a la cámara del matrimonio Brennus, la esposa del mercader, Claudia, realizaba sus prácticas diarias con el clavicordio. Demasiado lejos para oír las notas de soprano que jadeaba Hannah encima de su marido. Claudia era una excelente música, tenía una inclinación natural para la música del período preeyneo y no era extraño que amistades y nobleza requiriesen de sus artes en diversos eventos sociales. Esa mañana el clavicordio sonaba en melodía triste, amarga. Poco después el jinete venido del sur se detuvo ante la puerta principal. Las aldabas de la residencia tronaron amenazadoras.
―Lo siento, señor, pero el señor Brennus está ocupado ―el mayordomo, un hombre maduro y de nariz afilada, regalaba excusas al jinete, parado en el umbral de la puerta. El buen criado no se dobló ni dibujó una mueca al oírse el enérgico y orgásmico chillido de Hannah.
―Es imposible. El señor Brennus tiene algo que me pertenece, Deseo recuperarlo sin falta.El mayordomo lo volvió a mirar de arriba a abajo, inquisitivo.
―¿Cómo decía que se llamaba su persona?
―Kainoh, Kainoh de Ibrim.
―Bien, Kainoh, señor Kainoh. Déjeme su hospedaje en Émpora y haré llegar presuroso su mensaje al señor Brennus.
El jinete Kainoh lo miró a los ojos, su paciencia se agotaba.
―Usted no entiende. Debo verlo ahora, de inmediato. Sin demora ―el mayordomo alzó su alargada nariz con arrogancia.
―Lo entiendo perfectamente, señor Kainoh, pero no puedo hacer más por usted. Deje aquí su... ―los ojos del jinete ardieron con furia, cortando el discurso del criado.
―Entonces lo haremos por...
Una tercera voz entró en escena interrumpiendo a su vez al jinete.
―¿Qué está ocurriendo aquí, Gael? ―interrumpió la tercera voz, seductora y femenina. Gael el mayordomo se volvió rápidamente y se inclinó. Kainoh pudo ver a una mujer de delicada belleza. Una melena roja se precipitaba sobre sus hombros y dos esmeraldas que tenía por ojos se posaron sobre el jinete. Vestía de manera sencilla, una camisa azul claro abrochada hasta el cuello, una falda que caía hasta sus tobillos del mismo color y zapatos verde oscuro.
―Señorita Maiah, dice ser un amigo de vuestro padre. El señor Brennus esta ocupado, pero el señor insiste en verlo y... ―una vez más alguien se vio interrumpido.
―Mi padre esta repasando los bajos a Hannah. No creo que eso sea demasiado importante como para ignorar la petición de nuestro visitante ―la delicada flor mostró sus espinas. En un fugaz movimiento, los ojos de ella se posaron en los de Kainoh. El jinete se estremeció. Una fuerza invisible lo atenazó. Esa fuerza era miedo. Algo dentro de él estalló, algo dormido. Algo peligroso para Kainoh.
―¿Cómo os llamáis? ―la pregunta de Maiah hizo reaccionar al jinete recuperando el control sobre si mismo.
―Kainoh de Ibrim, señorita ―sus palabras perdieron su frialdad, pero no su dureza. Kainoh se obligó a si mismo a controlarse. Lo consiguió. Céntrate, pensó Kainoh, eres inmune a las artes mágicas de esa clase. Esta bruja no puede ponerte en un aprieto, eres demasiado fuerte para su voluntad. Conozco esa bruja, una voz en su cabeza se impuso y luego regresó el vacío.
―Kainoh ―paladeó el nombre con suspicacia. Se volvió al mayordomo― Déjale pasar, Gael. Ya que te escondes como un oak domesticado iré yo a avisar a padre.
―Gracias, señorita Maiah. Muchas gracias ―se obligó a responder Kainoh.

Lear Brennus estaba sentado tras un escritorio poblado de libros de contabilidad, plumas ennegrecidas en tinta, pergaminos variados y un candelabro. Los libros se apilaban a un lado de la mesa, flanqueados por diversos pergaminos a medio escribir o aun por empezar. Las plumas escrupulosamente abocadas en sus tinteros rodeaban el candelabro de plata. El mercader no era alto, lo que suponía que tenía que perderse en esa fortaleza de cuentas y cálculos, pero no era así. El señor Lear había mandado hace unos años hacer una silla especial para él. La silla tenia el respaldo de terciopelo rojizo y de altura mayor que una de normal. Al señor Lear no le gustaba admitir que para subirse a ella precisaba de una escalerita adosada a la silla, pero nadie lo comentaba ni se fijaba en eso cuando estaban en su presencia. Era lo que tenía ser rico. Sentado en la silla dominaba la situación de su despacho, amplio, con ventanal a sus espaldas y junto la puerta un círculo de sillones decorados con cojines púrpuras y malvas. Kainoh se sentaba en una silla delante del escritorio del señor Lear, a sus espaldas, sentadas entre los cojines púrpuras y malvas, estaban la hija y la esposa del señor Lear. El hombre de negocios se enorgullecía al afirmar que no tenía secretos para su familia.
―Eso es todo, Hannah. Gracias por tus servicios ―dijo señorial a la asistenta de dorada testa. Ella le sonrió pícara, lejos de la atención de Claudia Brennus―. Puedes retirarte.Hannah hizo una elaborada reverencia y se retiró de la estancia. No pudo ver la mirada de odio de Claudia, pero la esposa no dijo nada. Cuando se hubo marchado el mercader se puso serio, luego miró al jinete con ojos inquisitivos. Esa mirada le recordó a Kainoh a la del mayordomo de la casa. Buen aprendiz, pensó el jinete mientras le mantenía la mirada.
―¿Y bien, señor Kainoh? ¿Qué es tan importante para requerir mi ocupada atención? Espero que sea importante.
―Lo es. Tenemos un socio común. Este le confió una joya a su padre y le dijo que a su tiempo vendría a reclamarlo. Hoy he venido a reclamarlo en nombre de su socio ―el rostro del señor Lear no cambió. Sus ojos sí.
―¿De qué joya se trata? ―preguntó manteniendo el porte burgués.
―La Gema de Ánima.
El señor Lear era un veterano mercader. La palidez de su rostro apenas duró escasos instantes. Hubo un largo silencio, luego examinó unos pergaminos de un cajón, tosió, volvió la palidez y se volvió a ir.
―¿Cómo sé que venís de su parte? ―el jinete mantuvo la mirada.
―No podéis ni tampoco querréis comprobarlo. Dadme esa gema y marcharé.
El hombre repasó de nuevo los documentos. Miró a su esposa y a su hija, frunció el ceño preocupado.
―Yo... yo no puedo daros la gema. No sin saber del cierto que venís de parte del socio de mi padre.El mercader se removió inquieto en su regia silla. Claudia lo advirtió.
―¿Ocurre algo, marido mío? ―preguntó fingiendo preocupación.
―Nada, Claudia, cariño. Es solo... solo ―las palabras se atragantaron cuando su mirada se volvió a cruzar con la oscuridad de Kainoh―. Un caso complejo. Nada más. Hazme un favor, salid tu y Maiah. Esto requiere privacidad.
La esposa enarcó levemente una ceja, pero hizo caso. Maiah miró a Kainoh y el jinete volvió a estremecerse. Notó una calidez sobrenatural, y un sentimiento amargo le siguió a la calidez. Melancolía. Dolor. Cuando las mujeres salieron Kainoh recuperó el control sobre si mismo. Antes de que el señor Lear retomará la conversación, el jinete tomó la iniciativa. Había perdido la paciencia.
―Dame esa joya, mercader. De lo contrario esta mansión será conocida como una tumba. La cripta de los Brennus. Empezaré por tu mujer. Le arrancaré el corazón mientras aun esté consciente. Cuando grite se lo meteré en la boca y se ahogará con él antes que su cuerpo lo eche en falta. A tu hija le desgarraré el vestido, la tumbaré sobre tu mesa y haré que... ―un penetrante dolor en la cabeza aulló en Kainoh.
Nos ha localizado, pensó el jinete llevándose las manos a la cabeza. El señor Lear estaba paralizado. Una mezcla de terror y confusión ante los acontecimientos lo habían fijado sobre su silla. Kainoh se llevó las manos a la cabeza. Fue sacudiendo el cuerpo con violencia, llevándose los libros de contabilidad, pergaminos y plumas de punta ennegrecida. En la cabeza algo había estallado en mil pedazos, su mente combatía feroz ante una horda de dolorosas sensaciones. Sus ojos exudaron un rojizo demoníaco, sus labios se curvaron malignamente. Duró poco, Kainoh recuperó el control de si mismo. En un instante de ventaja alguien en el interior de Kainoh, ni él mismo ni demoníaco, logró articular una advertencia.
―Vete y cierra la puerta. Huíd de la casa. ¡No puedo controlarlo! Ugh... ―el dolor volvió a cargar sobre el jinete. De repente ante el ventanal se reunió una sombra viviente, impidiendo atravesar la luz del sol, y de ella surgió un coro de llamas en las que se dibujó una tenebrosa silueta. El señor Lear salió disparado de su silla contra una pared y se quedó inmóvil. La silueta habló en oscura lengua. Kainoh respondió con la misma lengua, con ira. Pronto se oyeron golpes al otro lado de la puerta acompañados de voces de preocupación.
―¡Déjame en paz! ―gritó esta vez Kainoh. La silueta dibujó una tenebrosa sonrisa. Los golpes al otro lado iban en aumento, igual que el calor en la sala y la furia del jinete. Sin vacilar Kainoh desenvainó la espada oxidada, recitó palabras arcanas. La hoja empezó a brillar. Era una luz oscura, de ligero tono morado, con la luz acudió un coro de llantos como si todas las almas de los Páramos se congregaran alrededor de la espada. De la empuñadura surgieron media docena de zarcillos rojos, como venas, que se enlazaron con la muñeca de Kainoh, filtrándose dentro de su propia carne. Cuando los zarcillos de la espada estuvieron unidos a la muñeca del jinete, empezó a correr sangre a través de ellos, convirtiéndose el arma en una extremidad más de Kainoh, la hoja se tornó negra. El jinete acuchilló con la mirada a la silueta endemoniada.
―Ni por todas las eras de este mundo podrás escapar, Cosechador. Tu eres mío ―habló en lengua oscura el ser. Kainoh no escuchó, cargó. El combate fue fugaz, no llegaría ni a llamarse así, pues apenas hubo. El jinete descargó la espada sobre la aparición, pero una fuerza invisible rechazó el ataque despidiendo el arma a la otra punta de la habitación. El golpe arrancó de cuajo la espada de la mano del jinete, desgarrando tejido y músculo del antebrazo. La espada aullante calló, sin su comunión con su portador volvió a convertirse en espada oxidada.―Eres interesante, Cosechador. Siempre lo fuiste. Tu fuerza mágica es mayor de lo que creía. Has convertido a tu guardián a tu causa incluso, eres asombroso. Fuiste una excelente elección ―se jactó mostrando una penumbra de colmillos―. Aun siendo un perro traidor, puedes ser aun muy útil.Kainoh maldijo en voz baja y su mente se apagó. En su lugar surgió otra, una desolada y cargada de odio hacia el ser demoníaco. La voz temblaba de malignidad.
―Jamás te serviré, Bazalbuferr- gruñó desafiante.
El demonio estalló en carcajadas.
―¡Tú! Hacía décadas que no oía tu patética voz, mortal. Pensaba que tu guardián habría consumido ya tu voluntad, que ya erais la misma entidad. Veo que me equivoco de nuevo. Único, sin duda ―el ser dirigió su mirada al jinete. Hubo un largo silencio, ninguno de los dos habló. Las voces del otro lado de la puerta se habían silenciado, solo el goteo de sangre que fluía de la carne desgarrada de la muñeca de Laien quebraba el silencio. Ahora empezaban a resonar golpes de armadura y espada, la guardia había llegado, la reacción del ser demoníaco pareció responder a su llegada.
―Único, Cosechador ―repitió Bazalbuferr―. Tú estás detrás de esta insignificante revuelta contra mi. Me pregunto como habrás convencido a tu guardián para traicionarme. Es irrelevante, pronto vendré a buscarte, Cosechador. Nadie escapa a su destino ni a mi, ni siquiera tu arrogante persistencia te salvará. Recuérdalo. Eres mío.
Las llamas se consumieron dejando una oscura mancha donde estuviera la silla del señor Lear. El jinete cayó de rodillas, debilitado por la pérdida de sangre. Sus ojos se apagaron, Laien regresó a las tinieblas y Kainoh retomó el control. Nada pudo hacer el guardián, cuando las puertas se abrieron la guardia eynea se abalanzó sobre él. No opuso resistencia, entonces Kainoh también se perdió en tinieblas.

lunes, 21 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (3)

Capítulo cuatro - El jinete del sur


La tormenta afloraba traicionera tras las montañas de mármol. Amanecía. Era un amanecer amenazador, de rimbombantes colores carmesí y azul oscuro. El riachuelo que discurría junto al camino se iba retorciendo. Cada vez más, tal como si la propia tormenta lo asustara. Pronto su agua murió, precipitándose en alguna fuente subterránea, pero el camino seguía. Y no parecía tener fin. El jinete iba lanzado, inclinado lo máximo para aprovechar el viento a su favor. Vestía capa y capucha oscuras, un jubón marrón y botas recias de jinete. Miraba al frente, fijando su penetrante mirada al horizonte que empezaba a clarear. Cabalgaba solo. Cabalgaba solo bajo la tormenta.
Al cabo de una hora de viaje las nubes negras ya iban quedándose atrás. El camino arañado por ruedas de carros y herraduras de caballos y bueyes empezaba a ampliarse. No aminoró el paso, el caballo no mostraba signos de cansancio, era buen animal. De nuevo un riachuelo se posaba al lado del camino, este era más firme, más caudaloso y arrogante. En el lado opuesto podía verse un bosque de cañas que ocasionalmente se movían por la acción de algún animal. Había una verdina repugnante que flotaba a ambos lados del río, algunos flores de nenúfar que desafiaban con su belleza la verdina. Alguna que otra rana croaba y algunos patos chapoteaban buscando sustento en las aguas en calma. Patos domésticos, estaba llegando. El jinete levantó la mirada y vio la estacada de una posada en el camino, más allá muros de piedra que indicaban que Émpora estaba cerca. El jinete entró en la empalizada, bajó del caballo y se lo entregó a un mozo de las cuadras. El lugar era deprimente.
El olor a estiércol, a meados de borracho y alcohol mal destilado creaba una atmósfera digna de las peores barriadas de una gran ciudad. Habían cuatro guardias, dos por cada una de las dos puertas, norte y sur, todos ellos llevaban cosidos en sus jubones el símbolo del dragón de plata. Soldados del ejército eyneo. Luego la escena perdía. Borrachos tirados en el suelo, otros que salían cojeando o tambaleándose de la posada. Prostitutas que soñolientas contaban las ganancias de esa noche. O viajeros que empezaban a despertar para seguir su camino. Muchos lo miraban, llamaba la atención. Se acercó a la entrada de la posada, esquivando borrachos, uno de los tirados en el suelo le cogió de la pierna.
―¡Una perra! Por caridad ―el borracho no obtuvo una perra, sino dos dientes menos.El jinete finalmente entró en la posada. Si fuera el olor era insoportable, dentro tumbaba al más duro. Aun había movimiento dentro. El tabernero miró al jinete, no parecía afectarle el hedor. Otros más lo miraron, Ninguno hizo nada más. El jinete se acercó a la barra de servicio.
―¿Qué tomará, viajero? ―preguntó limpiando una jarra de madera casi podrida.
―Cerveza negra ―contestó tomando asiento. El tabernero escupió a un lado. Un escupitajo verde y asqueroso.
―Una rata lényca ―gruñó mirándole con odio.
―Una rata lényca sedienta. Dame esa cerveza, ahora ―la voz del jinete era profunda, maligna, algo en ella hizo al tabernero entrar en razón. Se acercó a la montaña de barriles sin identificar del otro lado de la barra, tomó una jarra y la llenó de un espumeante líquido oscuro. El tabernero resistió la tentación de decorar la cerveza con su escupitajo. Hizo bien.

El jinete bebió con tranquilidad. No tenía prisa. No quería tener prisa y eso provocaba la inquietud de los presentes. Esa mañana tuvieron que retirar tres cadáveres y cuatro miembros cercenados del suelo de la posada.

Capítulo cinco - Émpora

Se había levantado viento. Las vaharadas golpeaban los estandartes azures y plata, bailando al son de los caprichos de Jaqoh. No mucho más se veía amenazado por el fogoso viento. Émpora no se veía amenazada, pero sentía inquietud por las sombrías nubes que asomaban más allá de las montañas de mármol. Desde el balcón de su finca, Lear Brennus contemplaba privilegiado el océano de tejados ocres y torres picudas de arrogantes colores rojizos. Sobre una de las colinas más altas del barrio de los mercaderes, la finca del rico comerciante poseía una vista única de la ciudad. Él lo sabía y su ego se lo agradecía. Durante tres generaciones de Brennus el esfuerzo y el sacrificio habían tenido recompensa. Su saga familiar procedía de Lenya, de la pequeña villa de Hanko, habían huido de la miseria al rico reino del norte, dejando atrás su patria. Lear recordaba los duros inicios que su abuelo le contaba a la luz de la chimenea. Ningún eyneo da gratis y menos aun a un lényco, decía Kaen Brennus, y tenía toda la razón. Hubieron muchos sacrificios. El primero de todos ellos fue el apellido familiar, pasó de ser Bren-Na a su eyneización a Brennus. Luego vinieron las humillaciones, los orgullos rotos y derrotas financieras, pero prosperaron. Hoy el nieto de Kaen e hijo de Lee era un magnate, de los más ricos de Émpora. Sí, su ego se lo agradecía.
Nadie volvió a preguntar sobre el incidente de la posada. Se lo achacó a unos bandidos borrachos que luego huyeron a la campiña. No esperaban que él continuara su camino a la ciudad, ni cuando destripó al último desdichado parroquiano ni cuando redujo con solo la mirada a los dos guardias, pero él continuó hacia Émpora. El jinete infundió tal miedo que pronto su presencia pasó al olvido en los alrededores de la posada. Poco tiempo pasó hasta que llegó a los muros de la ciudad de los magos eyneos.
―Alto viajero. ¿Nombre y motivos de su viaje? ―interrogó uno de los guardias de la Puerta de los Artesanos. El otro, un muchacho de no más de diecisiete años y ojos avispados, se apoyaba en la alarbada contemplando las generosas curvas de un grupo de aguadoras junto a un estanque envuelto en arbustos de bayas. El jinete se dirigió al guardia.
―Mi nombre no importa. Mis motivos no importan ―dijo con voz fría, pero terriblemente seductora. El jinete clavó sus insondables ojos oscuros en los claros del guardia. El vigilante vaciló.
―Sí.. claro ―tartamudeó. Su compañero, ajeno a la situación, charlaba con labia con las muchachas.
―Déjame pasar ―ordenó con una mirada maligna al portón. El guardia cedió, se volvió de espaldas y miró hacia arriba.
―¡Garus, maldito seas, abre la puta puerta! ―ladró enérgico. Sintió un escalofrío cuando el jinete se volvió a dirigir a él.
―Gracias, guardia.
Cuando el jinete hubo marchado, adentrándose en las laberínticas callejas de Émpora, Manus Sodis, soldado del ejército real de Eynea, volvió en si. Pudo ver como su compañero de guardia se acercaba desde los arbustos del estanque. Sonreía de oreja a oreja y se esforzaba por colocarse bien los pantalones del jubón.

La plaza del mercado rebosaba de movimiento. Los gritos de los mercaderes llamando la atención, el murmullo incesante de las mujeres que contemplaban el género, los ladridos de perros o el incesante cacareo de las gallinas apretujadas en jaulas minúsculas cargaban el ambiente. Entre ese coro de caos vocal un hombre cruzó la cara a un niño que le había estado intentando robar, casi al instante una horda de mujeres rabiosas cargaron contra el varón. El hombre tuvo que realizar una retirada estratégica cuando se vio acorralado por la turba femenina. Tuvo peor suerte, se chocó con el jinete.
―¡Oh! Lo siento, caballero.. ¡Oh! Sois un campesino ―el hombre reflexionó unos instantes. Pronto esgrimió un arrogante porte, propio de los plebeyos ricos que trataban de imitar a los nobles― ¡Oh! ¿Cómo osáis tocarme, campesino? ¡Andrajoso hijo de perra! Debería mandaros azotar. Debería... ―el artificial enojo enmudeció en un epílogo de un hilo de voz de niña. El jinete lo había agarrado del cuello.
―Busco a Lear Bren-Na ―dijo sin soltar presión del cuello del nuevo rico. Estaba temblando como una hoja, trató de decir algo, pero la fuerza de la mano del jinete le impedía articular nada claro. El jinete aflojó.
―No.. no conozco a ningún Bren-Na ―gimió asustado. Con la mirada fija, sin apartarse de los dos puntitos negros que ahora eran los ojos de nuevo rico, el jinete esperó unos largos segundos para responder.
―Mientes ―sentenció. Volvió a ejercer fuerza. Sin esfuerzo lo arrastró a un callejón, apartado del jolgorio de la plaza del mercado. Llevaba al hombre con tanta naturalidad como si este fuera un muñeco de trapo, como si el aterrado nuevo rico no pesara nada. Lo tiró al fondo del callejón. El nuevo rico gimió de dolor por el golpe contra la pared.
―Habla. ¿Conoces a Lear Bren-Na? ―el jinete desenvainó una de sus dos espadas. La hoja era oscura, salpicada de sangre seca. No parecía afilada, más bien oxidada y llena de herrumbre. Pero exudaba maldad.
―¡Esta bien! ¡Oh! Hablaré. No es Bren-Na, es Brennus, se cambió el apellido. Soy Maine Roverus, socio de... ―el jinete le interrumpió.
―No me importa quien seas. Dime donde esta, y me plantearé no sacrificarte ―su voz retumbaba maligna en los tímpanos de Maine. Le ardían de dolor, un dolor que no era natural. Maine sabía poco de magia, pero vivir en la ciudad de los magos eyneos le obligaban a tener ciertas nociones básicas, y ese hombre oscuro estaba usando alguna clase de hechizo para causarle ese dolor. El nuevo rico habló, le dijo que la finca de Brennus estaba al norte de Émpora, en el barrio de los mercaderes, sobre la colina más alta, que probablemente estaría allí. No escatimó detalles, la mayoría inútiles para el jinete.
―Dijiste que no me matarías. Te lo he dicho todo. Todo lo que sé. ¡Lo juro por Sirgga! ―el nuevo rico Maine empezó a sollozar, muy viril, eso sí― Déjame marchar, por favor.
El jinete se inclinó sobre él con una mirada carente de emoción.
―Dije que no te sacrificaría. Por ello estate agradecido ―el jinete guardó la espada oxidada y el mercader suspiró de alivió.
―¡Oh! Gracias, señor. Le prometo que no diré nada de este encuentro. Tiene mi palabra, se lo prometo por el Dragón Fundador y mi gran familia ―se apresuró a dar los nombres de sus antepasados para hacer cumplir su juramento, cuando estaba por la tercera generación de Roverus las palabras se ahogaron en su garganta. Se ahogaron en la sangre que manaba del profundo corte en su yugular. El jinete envainó la espada, esta era brillante, afilada, de buena manufactura kessarea. Se volvió alejándose. Dejaba atrás entre espasmos y murmullos inaudibles a Maine. El nuevo rico dejó de moverse al rato en el centro de un charco rojo oscuro, con los ojos desencajados mirando a la nada. El jinete había cumplido su palabra, no lo había sacrificado.

sábado, 19 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (2)

Capítulo dos - El engaño


Tras haber realizado los encargos de sus padres en el mercado, Laien se dispuso a regresar al hogar. El calor marchito del atardecer salpicaba de luces rojizas el cielo, pero de más negras nubes ocultaban ese tapiz bucólico, devoradas por una oscura sombra que parecía perseguir al joven. Maia miró el frasco de extraño liquido y suspiró llevándoselo al pecho, apretándolo contra ella con fuerza sintiendo como si fuera el mismo Laien que la abrazaba. Pero sufrió de este modo una inquietante sensación de frío, una gélida sensación que flageló su mente por un instante y la culpa afloró en ese pecho cargado de amor. Cuando quiso mirar atrás y buscar al misterioso hombre, era de suponer que ya no estaría, pero allí lo vio, sobre una pequeña elevación, lejos del camino, pero con una perceptible sonrisa terrible. Ella tenía miedo, lo olía en el propio ambiente y lo veía a través de las oscuras nubes que se congregaban sobre ese hombre, inmóvil como una horrible estatua de pesadilla. Quizá fuera su mente, pero cuando regresó la mirada al camino con Laien acompañado de su asno pudo sentir una reconfortante sensación de seguridad, como si toda esas tinieblas arrastrándose a sus espaldas fueran efímeras al lado de su querido Laien, con decisión hueca Maia caminó a su encuentro.

Laien se había retrasado, la visión de esas fantásticas, aunque retorcidamente amenazadoras, le había cautivado como el canto de la sirena. Pensaba, pensaba en esa joven que su corazón había robado, pero que por culpa de su tosco carácter jamás se atrevió a dirigirle palabra por miedo al rechazo. Sabía que no era apreciado por mucha gente, pero lo aceptaba, escasas veces una sonrisa cruzaba su rostro y sus padres, siempre preocupados por él, le decían que un chico de su edad debía ser alegre y enérgico, que no lo habían educado para que fuera una persona triste como aparentaba ser. Laien no respondía, se quedaba callado, no era una persona triste, bueno, quizá sí, soñaba, eso era todo. Soñaba en ir lejos, descubrir como era el mundo más allá de su aldea, vivir emociones jamás sentidas, pero tan lejos quedaba todo eso y quizá la emoción más importante y a la vez deseada por él estaba tan cerca, pero todo un mundo lo separaba de ella. Esa sensación era la única cosa de la que se arrepentía, no haber sido valiente para dar ese paso, no haber tenido coraje para decir lo que pensaba, decir lo que sentía y tomar ese camino que tanto anhelaba. Eran sueños vagabundos que cada noche trataba de pescar en el lago, bajo la silenciosa noche estrellada y allí, sumido en quiméricos sueños a viajes lejanos sentía como todos ellos parecían más reales, más alcanzables. Esos pensamientos lo distrajeron y cuando quiso darse cuenta vio la vio, a ella, a esa persona que su corazón había robado, tenía una sonrisa agridulce y sostenía algo entre sus manos.
Maia lo observaba en silencio sin poder articular palabra, tenía miedo a sentir una vez más esas palabras tan horribles de la anterior vez y antes que ni siquiera él pudiera decir nada habló con voz temblorosa.
―Siento lo de antes. Yo, no sabía que hacer, quisiera que las cosas fueran distintas, pero claramente no lo son ―dijo ella con la mirada en el suelo, casi en susurros, en voz tan baja que algunas de ellas se escaparon de los oídos de Laien. Él se acercó lentamente y se paró ante ella tratando de buscar sus ojos.
―No tienes que pedir perdón, debo disculparme yo por haber sido tan engreído ―contestó creyendo lo que no era. Maia extendió sus manos ofreciéndole un frasquito de rojizo líquido y lo miró.
―Antes de despedirnos para siempre, quiero que tomes esto, es zumo de bayas, lo hice yo para ti.
―Laien la miró perplejo, desconcertado ante las palabras de la joven y tomó en sus manos el frasco, pero prestando más atención por los hipnóticos ojos verdes de Maia.
―¿Despedirnos?¿Por qué deberíamos despedirnos? ―preguntó ladeando la cabeza, pero con una ligera preocupación reflejada en su rostro.
―Yo.
El discurso de Maia se vio interrumpido cuando cruzó sus ojos con los de él, perdió la voz y las palabras huyeron de su cabeza. No tenia reacción, toda su alma bailaba al son de un compás de sus corazones desbocados y con las palabras la propia razón huyó junto a ellas.
―Bébelo, por favor, no quiero sufrir más.
Lágrimas asomaron sobre su piel de porcelana, Laien frunció el ceño sin poder separar su angustiada mirada de cada una de esas lágrimas. No comprendía las reacciones de Maia, pensaba que la primera vez que hablaría con ella sería un torrente de emociones y de tantas veces que había dibujado esta situación en su mente ninguna de ellas se acercaba a lo que estaba viviendo en ese momento. Siguiendo las palabras de su amada observó el frasco con detenimiento, algo inexplicable le recorrió la columna, pero era tan agradable como inquietante. Finalmente volvió a mirarla y dibujó una dulce sonrisa tan inocente como su amor por ella.
―Si eso es lo que deseas, lo haré. Por ti.
Al oír esas palabras salidas no de los labios de Laien, sino de su propio corazón Maia abrió los ojos de par en par y toda su alma tembló revelándole el engaño que había sufrido. Casi de forma instintiva golpeó el frasco de las manos de Laien y este cayó al suelo, el líquido se derramó y en pocos segundos brotó una delicada rosa roja que en escasos instantes después se tornó negra ante la asombrada mirada de los dos jóvenes.
―¡Lo siento! ―dijo alterada y cayendo de rodillas al suelo con lágrimas desconsoladas― No quería hacerlo, solo quería estar contigo, solo eso. Pero no quería estar de ese modo, quería que me amases por ti mismo, por tu corazón, no mediante engaños. Yo quería.
―Tú querías el corazón y el alma de ese joven- tronó la funesta voz de ese hombre irrumpiendo entre los dos. Laien se dispuso alerta entre Maia y el hombre. El muchacho le tembló la mirada ante los dos puntos amarillos que eran los del hombre.
―¿Qué le has hecho? ―gruñó Laien mientras ella se aferraba a su pierna.
―¿Yo? Nada. Solo le di lo que deseaba, la oportunidad de poseer tu corazón, de poseer tu amor ―reveló manteniendo una firme y amenazadora mirada.
―No quería, yo no quería hacerte daño. ¡Vete! No te necesito más, no quiero que sea así ―clamó con cierta firmeza hacia el hombre, este volvió a sonreír con malicia.
―Ojalá pudiera, querida doncella. Ojalá pudiera regresar a mi hogar y abandonar este deprimente mundo, pero he hecho un pacto y debo regresar con el pago antes de irme ―y mientras esas palabras brotaron de sus labios los dos jóvenes sintieron terror al ver como ese hombre se transformaba en un ser de horribles dimensiones, grandes cuernos, alas membranosas de murciélago y ojos amarillos cual lava infernal. Laien y Maia retrocedieron asustados, pero al instante quedaron paralizados atrapados por el pavor.
―¿Y bien? Mi señor aguarda el pago, ven querida, tu alma me pertenece, así lo ofreciste y así será.

Capítulo tres - La noche del dolor


La sombra había ennegrecido la escena. Laien se interponía entre el demonio y Maia. Cada instante el muchacho lo sentía como último. Mientras por cada momento las lágrimas empañaban más el rostro de la joven. Bazalbuferr avanzó altivo y amenazador hacia los jóvenes. Se detuvo ante ellos regalándoles una retorcida sonrisa. Laien podía sentir el olor a azufre de la bestia, sus dos ojos rojos que lo observaban, que le encogían el corazón. La noche llegaba, pero ni estrellas ni luna asomaban.
―He de marcharme, pero no será solo ―gruñó Bazalbuferr echando azufre por la boca.
―Ni por todos los diablos del infierno dejaré que te la lleves ―inquirió valerosamente Laien. Tenia miedo, un miedo atroz, pero pensar en perder a Maia le provocaba aun más pavor que el propio demonio. Este sonrió con malicia.
―¿Que puedes hacerme tu, mortal? ―se burló de la impotencia de Laien y Maia. Los jóvenes retrocedieron, pero Bazalbuferr ya había alzado una barrera mágica que impedía su huida―. Nada, absolutamente nada.
El olor a azufre se intensificaba. Laien y Maia empezaban a tener dificultades para respirar. Pronto el muchacho le empezó a doler el pecho y Maia se desmayó. Ante el brutal demonio Laien quedó sobrecogido, indefenso, pero más allá de las posibilidades de su cuerpo se levantó.
―Impresionante, mortal ―dijo el Taimado―, tienes una enorme fuerza de voluntad. Pero solo con la voluntad no lograrás derrotarme. Ven, mortal, atácame. Te mereces la oportunidad, atácame con todas tus patéticas fuerzas.
El demonio extendió los brazos ofreciéndose al ataque de Laien. Cegado por la ira Laien se abalanzó cual perro de presa a por el ser. Laien tomó su pequeño estilete y trató de apuñalar al demonio, pero este fue más rápido. Por alguna razón Bazalbuferr se apartó instintivamente del ataque, pero aun así fue herido en el brazo. Laien lo miraba con furia sosteniendo la hoja que goteaba de sangre demoníaca.
―Eres fuerte, mortal. Te infravaloré, pero ya no será así. Me llevaré a tu Maia conmigo, su alma me pertenece ―sentenció convencido de su victoria. Laien no le quiso escuchar y sin darse respiro volvió a la carga.
El combate duró un instante. Laien cargó directo al demonio, pero este respondió con rapidez. Del abdomen del Taimado emergió una picuda cola que como una serpiente se enroscó en el cuello del joven. Laien casi se desnucó al frenar en seco su ataque, inmovilizado por la cola del demonio. Bazalbuferr sonrió y alzó al muchacho en el aire ahogándolo, pero no contento con eso el Taimado atravesó el ojo izquierdo de Laien hasta llegar a su cerebro. El joven dejó de ofrecer resistencia al acto, y en ese mismo instante la luna asomó alumbrando la dramática escena.
―Te dije que no podrías conmigo, mortal ―respondió con frialdad. Acto seguido lanzó el cuerpo a un lado y agarró a Maia aun inconsciente. Bazalbuferr atravesó el corazón de la joven y su alma quedó presa para satisfacción del demoníaco ser. El olor a azufre perduraría tiempo después de marchar el diablo, un olor que mató al hedor de los cuerpos sin vida de Laien y Maia a la merced de los cuervos que ya empezaban a caer sobre ellos.

jueves, 17 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (1)

Buenas a todos,

No hace ni un año que emprendí la decisión de hacer y terminar una historia por capítulos. Hasta ese momento no solía acabar las historias dejándolas inacabadas o simplemente se trataba de pequeños relatos cortos sin más importancia. La historia de Laien de Hanko nace de la inspiración de querer crear un personaje mítico para el mundo del Reino de Aldor, un personaje cuya historia no se limite a un simple apéndice en la mitología aldoriana.

Aunque escribí los tres primeros capítulos de manera rápida y ciertamente consecutiva, en la escritura del cuarto me quedé algo parado pues no sabía como continuar. Aunque tenía la idea en mente, no me acababa de agradar el estilo que usaba por ser demasiado florido quizá. Entonces empecé a leer la Saga de Geralt de Rivia, de Andrezj Sapkowski, su obra me inspiró a liberarme del hasta entonces ceñido modo de escribir que tenía y empezar a mejorar realmente después de estar casi tres años sin mejora. El cuarto capítulo es un pequeño homenaje al primer cuento recopilado en el libro El Último Deseo, llamado El Brujo y publicado en 1985. Aunque la historia no esta terminada, sí lo esta en mi cabeza y me iré esforzando para terminarla y disfrutar de ella.

Gracias,
Sam

Capítulo uno - La declaración de amor


Las grandes historias suelen empezar en pequeños rincones apartados, lejos de todo cuanto es conocido y sus protagonistas no más que jóvenes idealistas que sueñan con ir más allá de los límites marcados por su hogar. Lejos de cualquier originalidad, la historia que quiero contar no tiene muy de distinto de esas historias, el mundo a veces resulta tan pequeño y tan breve que nos contentamos en contar las mil variantes de esa vieja leyenda del héroe nacido para combatir al mal, pero queda lejos esa realidad pues a veces el héroe no desea encontrar esa meta, a veces simplemente se ve obligado a luchar por sobrevivir y en el transcurso de su lucha alcanza a hacer cosas que no marcarán solamente su destino, sino el de todos que lo rodean. Nuestra historia empieza a la apacible villa lényca de Hanko, junto al lago Taio-Kue y a la sombra de las Montañas del Mármol, en el extremo occidental de Lenya. Hanko era una villa como cualquier otra, dedicada a los cultivos, que veía un mercader cada mes trayendo noticias de más allá de su tierra, en muchos aspectos la vida idílica que muchos desearían pues ni bandidos ni monstruos amenazaban los hogares de sus gentes, a lo único que sus gentes temían era la vieja cueva del troll que largo tiempo atrás se decía que una cruel bestia lo habitó extendiendo con él el miedo y la muerte hasta que un misterioso caballero andante le dio muerte, aun así la ignorancia continuaba siendo una poderosa persuasión para que nadie se acercara a las entrañas de su antigua guarida. En ese recóndito lugar tendrían inicio los acontecimientos que desencadenarían en el legendario viaje de uno de sus habitantes, pero hasta ese momento Laien disfrutaba pescando en el lago bajo el silencio de la noche.
Era un joven de cabellos oscuros y mirada penetrante, solía diferenciarse del resto de los muchachos pues apenas hablaba con nadie, como si buscase esa soledad que tanto le agradaba y el contacto con las personas le fuera molesto, quizá ese carácter que le hacía ciertamente especial atrajo por primera y única vez a Maia. La dulzura de la joven era pretendida por muchos de los chicos de la villa, pero todos ellos veían devorados por los celos como Maia solo tenía ojos por aquel chico misterioso que se escapaba de su hogar para pescar bajo la protección de la luna. Los años pasaban y la joven que ayer miraba escondida entre matorrales se había hecho mujer, pero ni todo ese tiempo pudo reunir el valor suficiente para declarar lo que su corazón sentía, Laien le infundía mucho respeto, un respeto tan grande que le impedía ser libre para expresar sus sentimientos y así llegó el otoño que ambos cumplieron dieciocho años.Laien se despidió de sus padres con cariño, como tantas otras tardes hubo hecho tomando luego el camino hacia el mercado acompañado por el viejo asno de la familia y sus alforjas llenas de ánforas de vino para ser vendidas. A su camino le esperaba ella, una grácil doncella temblando como la más pequeña de las hojas, pero ese era el día y el momento, se había vestido con un hermoso vestido azul celeste y su pelo estaba recogido con cintas carmesí, cualquier hombre hubiera caído rendido a los pies de su hermosura, pero Laien no apreció esos detalles.


―Hace años que deseo decirte algo, pero no encuentro el momento ni el valor suficiente para decírtelo ―dijo ella tomando gradualmente más confianza.
―Habla, Maia, he de ir a vender al mercado y no puedo entretenerme ―respondió con frialdad. Ella tragó saliva pues la respuesta de Laien la tomó desprevenida.
―Yo, quiero decirte, que.. mi corazón.. palpita cada vez que te ve, que mi alma se encoge ante la tuya y mis ojos no pueden dejar de observarte. Te he mirado todas las noches desde los arbustos, todas las noches que ibas a pescar, a escondidas de mis padres y he rechazado a decenas de pretendientes solo porque me quedaba fascinada al verte bajo la luz de las estrellas. Me ha costado tiempo en reunir estas palabras, pero si no las digo estallará mi corazón en mi pecho, Laien yo te amo, te amo desde hace tiempo ―no sabía como terminar, así que lentamente fue quedándose sin voz hasta mirar a los ojos del joven que la miraba impasible.
―¿Eso es todo?¿Pretendes observarme cada noche como lo llevas haciendo cinco años y creer que me amas? No me amas, Maia, sino que te has encaprichado de mi y eso no es amor ni jamás puede ser considerado como tal. Tu supuesto amor envenena mis oídos y puede perturbar mi mente, si realmente me amaras tiempo ha que me lo hubieras dicho, pero ahora solo son palabras vacías para mi alma. Si has terminado tengo que irme, tu patético espectáculo me ha entretenido demasiado. Búscate a otro estúpido con quien desees fornicar y a mi déjame en paz.

Mientras se alejaba sin dejar a Maia responder, la joven sintió el más horrible de los dolores capaces de ser sentidos. Su alma se resquebrajaba por cada paso que él se alejaba y de su corazón el pálpito ya no se sentía. Quería llorar y gritar, pero tanto era ese dolor causado por las iracundas palabras de Laien que toda lágrima se había secado en el ardor de la tristeza que sentía. Maia cayó se rodillas sin reaccionar, perdiendo sus ojos en el vacío infinito que tenía ante ella, no podía comprender esa crueldad, esas viles palabras no parecían salidas de la boca de una persona de la que todo el mundo hablaba con cariño. No podía ser, ni en toda la creación podía ser eso posible, pero ahí estaba, con las rodillas hundidas en el fango y con las crueles palabras de su amado acuchillando su corazón una y otra vez. Viéndola tan desamparada, tal y como le gustaba ver a los mortales, un hombre de delicados ropajes púrpura se acercó a consolar a la muchacha y con reconfortantes palabras le habló así.

―Delicada flor de primavera, ¿Por qué lloras de este modo ensuciando tu pura belleza?¿Qué crueldad sin nombre obliga tu corazón a marchitarse con tanta rapidez? ―preguntó con seducción ultraterrena.
―¿Mi corazón dices? Ahora ya no me sirve para nada, esta roto en mil pedazos y nadie nunca podrá volverlos a unir ―dijo desconsolada. El hombre sonrió mostrando sus impolutos dientes como el marfil y sin perder segundo le mostró un pequeño frasco de líquido rojo.
―Mi alma se enternece por tales palabras, querida muchacha. Ven, mira esto, toma esto y dáselo de beber a tu amado. Si así lo haces disfrutarás de su total devoción para el resto de vuestras vidas, tómalo ―explicó entregándole el frasco en la mano de Maia, ella miro alternativamente al hombre y al frasco, pero más que ver, solo miraba, perdida en un mar de lágrimas sin salir.
―¿Por qué me das esto? Este regalo es muy poderoso... ¿No deseas nada a cambio de este regalo? ―preguntó en un acto de lucidez y el hombre volvió a sonreír, él le acarició la mejilla limitándose a su perenne sonrisa que empezaba a tomar un aire ligeramente siniestro.
―Oh, querida, únicamente deseo tu felicidad en vida, pero en muerte deberás darme parte de ti para que yo disfrute de vuestra felicidad también. Es lo justo, ¿no crees? ―cuando esas palabras recorrieron la mente de Maia supo que no hablaba con un hombre sino con un hijo del infierno, la verdadera naturaleza del ser se reveló por un instante a los ojos de ella, pero descompuesta por el dolor y la tragedia de su amor no correspondido no reparo en tan terrible revelación.
―Lo haré, por el amor de mi querido Laien. Lo haré.

El hombre sonrió una vez más separándose de ella y la acompañó oculto por la zanja del camino, lejos de las miradas ajenas, lejos de la mirada de Laien que iba acompañado con su asno de camino al mercado ignorante de todo cuanto había sucedido esa funesta mañana, pues no fueron sus oídos los que oyeron las entregadas palabras de Maia y así el astuto Bazalbuferr el Taimado sonrió maligno una vez más.

El mundo del Reino de Aldor

Saludos a todos,

Para comprender algunas de las historias que a iré presentando a lo largo del tiempo que dure este blog, esperemos que bastante, es indispensable comprender en que mundos estan ambientados. Siempre trataré de esclarecer términos o lugares en mis historias, ya que para el profano nombres como Sirgga, Ymber o Eynea le sonarán a chino.

Hago especial hincapié en el Reino de Aldor. El creador del susodicho mundo es un buen amigo llamado entre nosotros como Arvirago, Arvi, y es la mente primigenia de todo el tinglado que vendría después. Aunque nació originalmente como un mundo para jugar partidas de rol de mesa, el videojuego Neverwinter Nights (NWN), de Bioware, proporcionaría la plataforma perfecta para crear un mundo persistente online donde el imaginario aldoriano cobrara vida por el juego de decenas de jugadores que irían pasando los ocho años que estaría en activo. Esos ocho años darían no solo para horas y horas de diversión, emoción y tensión, sino que el proyecto de Arvirado crecería hasta cotas insospechadas. Religiones, reinos, historias, leyendas, criaturas o personajes míticos surgirían de la mente de todos los que nos sobrecogió la riqueza que el mundo del Reino de Aldor nos ofrecía.

Es por este mundo que empezaría a escribir de manera periódica. Muchas historias rondan su mundo de fantasía y, a mi parecer, me permitieron mejorar de sobremanera mi técnica narrativa. Es posible que alguna vez os perdáis en las descripciones de elementos de este mundo, si no lo conocéis, pero trataré de poner un pequeño glosario al final de cada capítulo para que no os perdáis en la lectura de cada capítulo e historia que haga.

Actualmente se trabaja para desarrollar el proyecto Aldor2, el Reino de Aldor para Neverwinter Nights 2, el cual aun esta en fase de proceso. Colaboro con la ambientación del mundo y puedo entonar el mea culpa diciendo que no creo haber hecho lo suficiente para colaborar. Espero poder ir enmendando mis errores poco a poquito.

La imagen esta sacada de la página web del Reino de Aldor. Cuando haya página web definitiva la pondré en el blog.

Un saludo a aldorianos y profanos,
Sam

martes, 15 de julio de 2008

La Sangre de Esidis - Prólogo

No hace más de un mes que he empezado a jugar al mmorpg Age of Conan. Decubrir un mundo y una ambientación que hasta el momento para mi me eran desconocidas, acostumbrado a saber cada detalle de otros mundejos fantásticos, espoleó la idea de hacer una historia acerca de un bárbaro cimmerio (viva la originalidad) el cual realiza su propio viaje a la sombra del propio Conan el Bárbaro. Lograré o no ese fin, pues existen muchas cosas sobre la Era Hyboria que desconozco, pero al final lo que importa es la historia y lo que cuenta.

Espero que os guste.

Prólogo
Oasis maldito

El sol quemaba las arenas del desierto estigio. Las dunas se doraban, las rocas humeaban y unos pocos lagartos asomaban para calentarse sobre esas mismas rocas. Algunos blanquecinos huesos de una gran bestia servían de refugio a un grupo de hienas que mordisqueaban los restos. Sus risas crueles quebraban el silencio del desierto, el silencio de la muerte que reinaba en ese alejado lado del Styx. De repente Amed Khi-Ah gritó de júbilo, interrumpiendo las risas de las hienas.
- ¡ Agua, por Set!¡Agua!- el hombre delgado se arrastró hacia abajo de la duna, bajando en tropel a un oasis demasiado bueno para ser cierto. Tras él bajaba Sakh-Ared, compañero de viaje y traidor.
- Encontramos el oasis, por poco nos perdemos- respondió Sakh uniéndose a la alegría de Amed.

Amed se abalanzó sobre el agua, bebiendo con desespero. Sakh miraba a su amigo sin acercarse al estanque, Amed se volvió hacia él.
- ¿No bebes?¿No te gusta el agua?- bebió más, notó el agua algo espesa, pero no le dio más importancia. Era agua.
- Me gusta el agua, amigo, pero no la sangre- contestó fríamente viendo la realidad en sus ojos.
La ilusión se levantó y Amed vio que donde antes hubiera agua, ahora era sangre. Él mismo estaba empapado de ella. Amed empezó a gritar, pero aun lo haría más.

Algo rozó la espinilla de Amed sobresaltándolo. Luego se enrolló, pero no veía el que, la sangre lo cubría todo.
- Sakh, sácame de aquí, Ayúdame, por favor- extendió la mano hacía Sakh, que seguía rígido. Miraba, pero no a Amed, sino a algo detrás de él. Algo enorme que goteaba sangre sobre la cabeza del desgraciado.
- Lo siento, Amed. No tenia elección.
El hombre chilló y la criatura silbó. Tenia el cuerpo grueso, escamoso del cual brotaba la misma sangre que regaba ese maldito oasis. Era una colosal serpiente. Extendió la capucha y mostró su lengua bífida que se deslizó entre sus colmillos. Amed estaba paralizado por el pavor, pero la serpiente no atacaba, fue entonces cuando supo que sería lento y doloroso.
- ¡Sakh!¡Set te maldiga a ti y a toda tu estirpe!¡Perro traidor!- la voz de genuina rabia se apagó tan rápido como surgió. Sakh lo miró con ojos entornados, sintió pena.
- Eso no te servirá, Amed. Yo ya estoy maldito- Sakh se dio la vuelta, sabía lo que vendría a continuación y no quería verlo.
De la sangre empezaron a salir disparadas decenas de diminutas serpientes, estas fueron clavando sus colmillos en la carne de Amed. Al final la fuerza del dolor le obligó a gritar desgarradoramente, su cuerpo no moría mientras su alma sí lo hacía e innumerables serpientes se mantenían clavadas en su cuerpo retorciéndose, deleitándose con él. El cuerpo empezó a hundirse en el oasis y cuando solo asomaba la cabeza, la gran serpiente se abalanzó sobre los restos de Amed.
Todo quedó en silencio. El sol picaba, la arena permanecía impasible ante la orgía de sangre del sacrificio. Sakh sintió pesadumbre, luego alivio, pero no había terminado. Del oasis emergió una figura vagamente humana envuelta en ropajes sangrantes. El hombre se acercó, tembloroso ante la presencia del demonio.
- Más- dijo arrastrando la vocal. Sakh tragó saliva.- Habrá más, amo- respondió arrodillándose ante el ser.
- La Sangre vendrá pronto al mundo. Su Sangre me pertenece. Tráemela. La Sangre me pertenece.
- Así se hará, amo. La traeré aquello que desea, siempre fiel, siempre leal. Sakh siempre servirá a Esidis la Dama de Sangre.

Las historias del blog

Buenas de nuevo,

Como soy mente inquieta (y desordenada) suelo seguir con diversas historias de manera paralela. En el blog podréis seguir historias por capítulos o narraciones breves o cortas.

En alguna ocasión al principio de cada historia pondré una breve introducción para poner en situación al lector. Para informarle si es algo escrito de nuevo cuño o recuperado del baúl de los recuerdos, hacer saber de que clase obra es y el mundo en el que encaja.

Un saludo,
Sam

Bienvenidos

Saludos a todos los futuribles lectores,

No voy muy puesto en el tema de los blogs. Probablemente esto sea la primera aventura en internet de manera "real" que haya emprendido, si no contamos con mis buenos años jugando por internet, lo cual me trae tan gratos como malos recuerdos. Con esto quisiera pedir disculpas, y justificarme de entrada, por los posibles fallos de diseño que pudieráis encontrar, cosa que animo que me advirtáis si es que alguien lee este blog.

Eximido de toda culpa paso a presentarme.
Muy buenas, me llamo David, aunque me usaré de mi nick virtual por el que muchos ya me conocen, soy de Barcelona y a día de hoy tengo 21 años (dentro de trece días tendré 22, jeje). Escribo de manera regular desde hace siete años, aunque he tenido mis pinitos como escritor cuando era más pequeño (bueno, un único pinito). Si hay algo que me apasiona es la narración de historias, sobrecoger, contar historias dignas de ser recordadas y emocionarme con ellas. No puedo prometer conseguirlo, sí puedo prometer que mi intención será esa, desde siempre. Las historias que leeréis generalmente rondarán el tema de la fantasía (sí, soy asi de original), pero no descarto hacer con el tiempo historias de corte más realista.

Este blog lo abro con la ilusión de conocer nuevas opiniones. Con la ilusión de ampliar mi espectro de conseguir mejorar mi capacidad narrativa y, quien sabe, publicar alguna de las muchas historias que tengo en la cabeza, pero que aun no soy capaz de plasmar en prosa.

Para terminar esta presentación más o menos correcta, más o menos completa, quisiera, como proyecto de escritor, hacer algo muy literario. Dar mis agradecimientos a una serie de personas que creo que me han marcado, o guiado, o animado, a seguir este camino.

A mi perro Bubu, recuerdo que al sacarle a pasear esa noche de Eurovisión las imagenes de mi "primera historia" vinieron a mi cabeza con la velocidad del rayo.
A mi profesor de literatura, Enrique Moreno, que su pasión por la literatura y las historias me emocionaron profundamente.
A gran parte de los miembros de la comunidad del Reino de Aldor, cuyas historias y personas me ayudaron a formarme como escritor y persona. Gracias especialmente a Sacha, Arvirago, por darme esa gran oportunidad.
A mi pareja, Inma, que de tan sincera que es desanima.
A Marcelo, mi primer profesor de escritura, sin el cual no hubiera visto varios de mis defectos que novato.
Al grupo del taller literario del Ateneu Barcelonés y a su profesora Ma Rosa Nogué, cuyas aportaciones me han ayudado a ir mejorando lo que aun debe mejorarse mucho.
Y finalmente, y no menos importante por ello, al escritor polaco Adrezj Sapkowski, autor de una saga de libros, la Saga de Geralt de Rivia, que me mostró que para escribir no hace falta seguir unas reglas predefinidas sino que cada uno es genial a su manera y, tópico, a George Lucas, autor de la archiconocida saga de Star Wars, cuyo amor por sus historias le han llevado algun que otro disgusto.

Gracias a todos por cada granito de arena que habéis puesto, consciente o inconscientemente, pero aunque suene algo anticuado o cursi, pero soy bastante chapado a la antigua en estas cosas. Veo vital dar valor a cada persona que se ha cruzado conmigo y que a su manera me ha hecho mejor, primero como persona y luego como escritor (o proyecto de este).

Espero que os agrade lo que leáis, no temáis opinar desfavorablemente si lo estimáis consecuente, aunque agradecería evitar las críticas destructivas, el llamado trolling o el flaming ese.. (palabras de nuevo cuño que aun no les he pillado el truco).

Un saludo desde este pequeño rincón,
Sam