jueves, 17 de julio de 2008

La Saga de Laien de Hanko, el Brujo Luna (1)

Buenas a todos,

No hace ni un año que emprendí la decisión de hacer y terminar una historia por capítulos. Hasta ese momento no solía acabar las historias dejándolas inacabadas o simplemente se trataba de pequeños relatos cortos sin más importancia. La historia de Laien de Hanko nace de la inspiración de querer crear un personaje mítico para el mundo del Reino de Aldor, un personaje cuya historia no se limite a un simple apéndice en la mitología aldoriana.

Aunque escribí los tres primeros capítulos de manera rápida y ciertamente consecutiva, en la escritura del cuarto me quedé algo parado pues no sabía como continuar. Aunque tenía la idea en mente, no me acababa de agradar el estilo que usaba por ser demasiado florido quizá. Entonces empecé a leer la Saga de Geralt de Rivia, de Andrezj Sapkowski, su obra me inspiró a liberarme del hasta entonces ceñido modo de escribir que tenía y empezar a mejorar realmente después de estar casi tres años sin mejora. El cuarto capítulo es un pequeño homenaje al primer cuento recopilado en el libro El Último Deseo, llamado El Brujo y publicado en 1985. Aunque la historia no esta terminada, sí lo esta en mi cabeza y me iré esforzando para terminarla y disfrutar de ella.

Gracias,
Sam

Capítulo uno - La declaración de amor


Las grandes historias suelen empezar en pequeños rincones apartados, lejos de todo cuanto es conocido y sus protagonistas no más que jóvenes idealistas que sueñan con ir más allá de los límites marcados por su hogar. Lejos de cualquier originalidad, la historia que quiero contar no tiene muy de distinto de esas historias, el mundo a veces resulta tan pequeño y tan breve que nos contentamos en contar las mil variantes de esa vieja leyenda del héroe nacido para combatir al mal, pero queda lejos esa realidad pues a veces el héroe no desea encontrar esa meta, a veces simplemente se ve obligado a luchar por sobrevivir y en el transcurso de su lucha alcanza a hacer cosas que no marcarán solamente su destino, sino el de todos que lo rodean. Nuestra historia empieza a la apacible villa lényca de Hanko, junto al lago Taio-Kue y a la sombra de las Montañas del Mármol, en el extremo occidental de Lenya. Hanko era una villa como cualquier otra, dedicada a los cultivos, que veía un mercader cada mes trayendo noticias de más allá de su tierra, en muchos aspectos la vida idílica que muchos desearían pues ni bandidos ni monstruos amenazaban los hogares de sus gentes, a lo único que sus gentes temían era la vieja cueva del troll que largo tiempo atrás se decía que una cruel bestia lo habitó extendiendo con él el miedo y la muerte hasta que un misterioso caballero andante le dio muerte, aun así la ignorancia continuaba siendo una poderosa persuasión para que nadie se acercara a las entrañas de su antigua guarida. En ese recóndito lugar tendrían inicio los acontecimientos que desencadenarían en el legendario viaje de uno de sus habitantes, pero hasta ese momento Laien disfrutaba pescando en el lago bajo el silencio de la noche.
Era un joven de cabellos oscuros y mirada penetrante, solía diferenciarse del resto de los muchachos pues apenas hablaba con nadie, como si buscase esa soledad que tanto le agradaba y el contacto con las personas le fuera molesto, quizá ese carácter que le hacía ciertamente especial atrajo por primera y única vez a Maia. La dulzura de la joven era pretendida por muchos de los chicos de la villa, pero todos ellos veían devorados por los celos como Maia solo tenía ojos por aquel chico misterioso que se escapaba de su hogar para pescar bajo la protección de la luna. Los años pasaban y la joven que ayer miraba escondida entre matorrales se había hecho mujer, pero ni todo ese tiempo pudo reunir el valor suficiente para declarar lo que su corazón sentía, Laien le infundía mucho respeto, un respeto tan grande que le impedía ser libre para expresar sus sentimientos y así llegó el otoño que ambos cumplieron dieciocho años.Laien se despidió de sus padres con cariño, como tantas otras tardes hubo hecho tomando luego el camino hacia el mercado acompañado por el viejo asno de la familia y sus alforjas llenas de ánforas de vino para ser vendidas. A su camino le esperaba ella, una grácil doncella temblando como la más pequeña de las hojas, pero ese era el día y el momento, se había vestido con un hermoso vestido azul celeste y su pelo estaba recogido con cintas carmesí, cualquier hombre hubiera caído rendido a los pies de su hermosura, pero Laien no apreció esos detalles.


―Hace años que deseo decirte algo, pero no encuentro el momento ni el valor suficiente para decírtelo ―dijo ella tomando gradualmente más confianza.
―Habla, Maia, he de ir a vender al mercado y no puedo entretenerme ―respondió con frialdad. Ella tragó saliva pues la respuesta de Laien la tomó desprevenida.
―Yo, quiero decirte, que.. mi corazón.. palpita cada vez que te ve, que mi alma se encoge ante la tuya y mis ojos no pueden dejar de observarte. Te he mirado todas las noches desde los arbustos, todas las noches que ibas a pescar, a escondidas de mis padres y he rechazado a decenas de pretendientes solo porque me quedaba fascinada al verte bajo la luz de las estrellas. Me ha costado tiempo en reunir estas palabras, pero si no las digo estallará mi corazón en mi pecho, Laien yo te amo, te amo desde hace tiempo ―no sabía como terminar, así que lentamente fue quedándose sin voz hasta mirar a los ojos del joven que la miraba impasible.
―¿Eso es todo?¿Pretendes observarme cada noche como lo llevas haciendo cinco años y creer que me amas? No me amas, Maia, sino que te has encaprichado de mi y eso no es amor ni jamás puede ser considerado como tal. Tu supuesto amor envenena mis oídos y puede perturbar mi mente, si realmente me amaras tiempo ha que me lo hubieras dicho, pero ahora solo son palabras vacías para mi alma. Si has terminado tengo que irme, tu patético espectáculo me ha entretenido demasiado. Búscate a otro estúpido con quien desees fornicar y a mi déjame en paz.

Mientras se alejaba sin dejar a Maia responder, la joven sintió el más horrible de los dolores capaces de ser sentidos. Su alma se resquebrajaba por cada paso que él se alejaba y de su corazón el pálpito ya no se sentía. Quería llorar y gritar, pero tanto era ese dolor causado por las iracundas palabras de Laien que toda lágrima se había secado en el ardor de la tristeza que sentía. Maia cayó se rodillas sin reaccionar, perdiendo sus ojos en el vacío infinito que tenía ante ella, no podía comprender esa crueldad, esas viles palabras no parecían salidas de la boca de una persona de la que todo el mundo hablaba con cariño. No podía ser, ni en toda la creación podía ser eso posible, pero ahí estaba, con las rodillas hundidas en el fango y con las crueles palabras de su amado acuchillando su corazón una y otra vez. Viéndola tan desamparada, tal y como le gustaba ver a los mortales, un hombre de delicados ropajes púrpura se acercó a consolar a la muchacha y con reconfortantes palabras le habló así.

―Delicada flor de primavera, ¿Por qué lloras de este modo ensuciando tu pura belleza?¿Qué crueldad sin nombre obliga tu corazón a marchitarse con tanta rapidez? ―preguntó con seducción ultraterrena.
―¿Mi corazón dices? Ahora ya no me sirve para nada, esta roto en mil pedazos y nadie nunca podrá volverlos a unir ―dijo desconsolada. El hombre sonrió mostrando sus impolutos dientes como el marfil y sin perder segundo le mostró un pequeño frasco de líquido rojo.
―Mi alma se enternece por tales palabras, querida muchacha. Ven, mira esto, toma esto y dáselo de beber a tu amado. Si así lo haces disfrutarás de su total devoción para el resto de vuestras vidas, tómalo ―explicó entregándole el frasco en la mano de Maia, ella miro alternativamente al hombre y al frasco, pero más que ver, solo miraba, perdida en un mar de lágrimas sin salir.
―¿Por qué me das esto? Este regalo es muy poderoso... ¿No deseas nada a cambio de este regalo? ―preguntó en un acto de lucidez y el hombre volvió a sonreír, él le acarició la mejilla limitándose a su perenne sonrisa que empezaba a tomar un aire ligeramente siniestro.
―Oh, querida, únicamente deseo tu felicidad en vida, pero en muerte deberás darme parte de ti para que yo disfrute de vuestra felicidad también. Es lo justo, ¿no crees? ―cuando esas palabras recorrieron la mente de Maia supo que no hablaba con un hombre sino con un hijo del infierno, la verdadera naturaleza del ser se reveló por un instante a los ojos de ella, pero descompuesta por el dolor y la tragedia de su amor no correspondido no reparo en tan terrible revelación.
―Lo haré, por el amor de mi querido Laien. Lo haré.

El hombre sonrió una vez más separándose de ella y la acompañó oculto por la zanja del camino, lejos de las miradas ajenas, lejos de la mirada de Laien que iba acompañado con su asno de camino al mercado ignorante de todo cuanto había sucedido esa funesta mañana, pues no fueron sus oídos los que oyeron las entregadas palabras de Maia y así el astuto Bazalbuferr el Taimado sonrió maligno una vez más.

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