sábado, 2 de agosto de 2008

Cuento - Algo extraordinario

Buenas a todos,

Como vine diciendo al principio de este blog, entre mis agradecimientos figuraban los alumnos y la profesora del taller literario del Ateneu Barcelonés, el cuento que viene a continuación vendría a ser el "trabajo final". Aunque durante los tres meses del curso vine avasallando con una historia de ciencia ficción, al final me di cuenta de la complejidad extrema de esta como para reducirla a un simple relato. Tomé la decisión de escribir una historia que me venía rondando en la cabeza durante bastante tiempo. Este es el resultado, mejor o peor, pero del cual espero que resulte ameno e interesante de leer.

Algo extraordinario


Era un lugar cualquiera, en una noche cualquiera, en un tiempo cualquiera. Las circunstancias lo convertirían en algo extraordinario.
Esa noche la calle era castigada por un temporal. Jim y yo acabábamos de salir del trabajo, pero tal era la intensidad de la lluvia que nuestros huesos fueron a parar al primer bar que encontramos. No era un lugar misterioso, ni mucho menos tenía especial decoración, ni siquiera la misma clientela desprendía nada especial. Miento, lo había. Era un hombre, sentado en un rincón del cual no se movía, no tenía nada sobre la mesa y Jim, tan atento a esta clase de detalles, lo ignoró por completo. En el bar también había una pareja, ella era hermosa, joven, él supongo que no era feo. No soy experto en belleza masculina, las prefiero a ellas. Ambos hablaban despreocupados del resto del mundo, un mundo que eran un barman bigotudo y dos viejos con pinta de ser veteranos parroquianos del bar. Era una fauna pobre para un viernes por la noche, y fuera la lluvia no mostraba síntomas de querer apaciguarse.
―No lo sé, Matt ―dijo preocupado Jim tomando un buen trago de cerveza. Jugó escaso rato con el borde circular del vaso, algo taciturno.
―Si tu no lo sabes, poco sabré yo ―contesté dibujando una mueca fea, la verdad es que ese día no estaba demasiado inspirado.
―Martha quiere un niño, pero yo no sé si estoy preparado ―prosiguió Jim perdido aun en el borde del vaso.
―A veces hay decisiones que no deben pensarse demasiado ―bebí un poco de mi refresco y encendí un cigarrillo. Jim me miró como si fuera un criminal, no creo que fuera por el cigarrillo.
―¡Por Dios, Matt! Es un crío, no un maldito coche ―eché humo―. ¿Y tienes qué ponerte a fumar ahora?
Volví a beber y le retuve la mirada.
―Lo sé que no es un maldito coche, sino un maldito crío. Y sí, fumaré donde y cuando quiera, al menos donde los cartelitos rojos me dejen y aquí no veo ninguno ―Jim suspiró, aparcando el asunto de mi cigarrillo, retomando el del niño.
―Un niño, tanta responsabilidad. No sé si estaré a la altura ―dudó mientras no cesaba en su juego con el vaso, llevaba ya un par de docenas de vueltas cuando respondí.
―No creo que nadie nazca preparado para nada, Jim. A veces hay que ser valiente, agarrar el toro por los cuernos. Aceptar las responsabilidades que nos dan o elegimos, lo malo es que la mayoría no las elegimos ―tomé otra calada―. Pero en este caso sí eliges. Un crío te cambiará la vida, deberás adaptarte, asumirlo. Luchar para tirar adelante. Es más, creo que ni Martha esta preparada para tener bombo.
Jim no alcanzó a responder, incluso antes de que articulara palabra supe que algo no iba bien. La puerta se abrió de golpe, dejando entrar un viento frío y húmedo. Estos trajeron consigo alguien más, un chaval de no más de veintipico años, con ropas sucias y rotas por las costuras echando agua a litros por el aguacero. No me llamó la atención su aspecto, sí lo hizo la pistola que llevaba en la mano. Temblaba entero, no creí que fuera por la lluvia, y acerté. Era un yonqui.
―¡Dame todo lo que tengas en la caja!¡Rápido! ―gritó estridente sacudiendo la pistola hacia la barra. Los viejos parroquianos se echaron al suelo, la pareja se quedó rígida en la mesa, igual que yo y Jim. El hombre de la esquina no pareció inmutarse, era como si todo eso no iba con él.
―¡Dámelo todo!¡Vamos! ―volvió a gritar, el barman bigotudo se acercó a la caja lentamente y con las manos en alto.
―Tranquilo, amigo. Te daré lo que quieres, no te pongas nervioso ―dijo el hombre, el atracador amartilló la pistola. El chasquido metálico tuvo un efecto intimidatorio tan grande que la muchacha empezó a gritar histérica. El yonqui se volvió hacia la chica, apuntándola. Eso hizo que chillara aun más.
―¡Hazla callar, joder!¡Hazla callar! ―el chaval sacudía frenéticamente la pistola. El novio trató de calmarla, pero ella había caído presa de un ataque de histeria. Luego todo ocurrió en escasos segundos.
Jim se abalanzó sobre el atracador. Intuyó, como yo, que el cabrón iba a disparar. Tres disparos resonaron en el local mientras el atracador se volvía para encarar a Jim. La primera bala voló inofensiva contra la pared astillando la madera, la segunda impactó en el pecho de la muchacha y a Jim la tercera le golpeó el estómago. Al yonqui le superaron los acontecimientos, salió bruscamente por la puerta dejando a la chica y a Jim desangrándose en el suelo.
―Una ambulancia ―tartamudeó el novio, luego apremió el grito de socorro―. ¡Una ambulancia, por Dios!
El barman tuvo buenos reflejos, ya estaba llamando a emergencias. Me arrodillé junto a Jim. A su espalda un oscuro crecía una oscura mancha carmesí, le cogí la mano. Él me la apretó débilmente en respuesta.
―¿Pinta mal? ―balbuceó mirándome con ojos aterrorizados. No quise mentirle.
―No demasiado bien, Jim. Tranquilo, aguantarás, estás como un jodido toro. Saldrás de esta, solo debes ahorrar energías ―traté de sonreír para calmarlo, él también. Y fracasamos.
Jim empezó a temblar, ligeros espasmos recorrían su cuerpo. Empezaron a asomar lágrimas en sus ojos y emitió un sollozo ahogado.
―No quiero morir, Matt. Por Dios, no quiero morir.
―No morirás, Jimmy, no lo harás. No lo permitiré, guarda fuerzas, la ambulancia esta al llegar.
―Quiero.. quiero ver a Martha, besarla, abrazarla. Decirle que la quiero con toda mi alma. Sí quiero ser padre, ¿me oyes? Quiero ser padre y envejecer con ella, pero tengo frío y miedo. Díselo, por favor Matt, si no salgo de esta, sino puedo volver a hablar con ella dile esto ―no pude negarme, Jim se agarró a mi cuello suplicante mirándome significativamente. También tenía miedo, pero no podía permitir que eso pasara. Es extraño que a veces, al borde de la muerte, aquello de lo que dudamos cobra nitidez. Las dudas se diluyen, sabemos lo que queremos y como hacerlo. Debe ser una sensación muy cruel, descubrir aquello que quieres por la amenaza de la muerte y tener el temor de que jamás podrás llevarla a cabo. Pero no era nadie para arrebatarle la esperanza, sino para dársela.
―Y serás padre, Jimmy. Tendrás cinco hijos, niños y niñas. Verás como crecen al lado de Martha, te harás viejo con ella y..
―No tantos, Matt. Con dos basta ―por un momento recuperó la lucidez, me hizo reír, una risa ahogada que me protegía del miedo. Fue una sensación agradable que duró muy poco.
La muchacha no estaba mejor. Su novio lloraba tomándole la mano, susurrándole palabras de ánimo. Los parroquianos estaban rígidos como estatuas, no se habían movido desde el atraco y el barman buscaba frenéticamente algo útil en el botiquín del bar sin éxito. Entonces ocurrió algo extraordinario. El hombre de la esquina se acercó como un fantasma y se arrodilló a mi lado. Lo miré, y de algún modo me resultó familiar, lo había visto en algún otro momento o lugar.
―Queda poco tiempo, pero aun podemos sanarlo ―dijo con un timbre de voz oscuro, pero cargado de serenidad.
―¿Es médico? ―pregunté. Él se limitó a sonreírme y no contestó.
― ¿Con quién hablas, Matt? ―preguntó Jim medio inconsciente. Abrió los ojos y tuvo que verlo, pero no pareció fijar su mirada en él. Lo achaqué a la pérdida de sangre, y pronto volvió a cerrar los párpados.
―Alguien que quizá pueda ayudarte.
El hombre puso las manos sobre la herida de Jim. No hubo brillo mágico, ni palabras elevadas, ni tampoco oraciones, simplemente cerró los ojos y entonces la herida empezó a cerrarse. La bala fue escupida por el propio cuerpo como un desecho, cuando terminó no quedaba rastro de la herida, como si nunca hubiera existido.
―¿Cómo..? ―pregunté sin terminar de asimilar lo extraordinario que había presenciado. Un milagro.
―Ha perdido mucha sangre, la ambulancia arreglará eso. Ahora falta la chica, ¿vienes? ―habló con el magnetismo de un imán, lo seguí sin decir nada más hasta la muchacha cuyo novio lloraba sobre su pecho. Con delicadeza apartó el novio, este no reaccionó, atónito, esperando lo imposible y ocurrió. El hombre sanó a la joven, impuso sus manos sobre la herida y esta se cerró. El novio no dijo nada, mudo, pero con ojos vidriosos de agradecimiento dirigidos a mi. El hombre susurró.
―Las dos están bien ―condenado, eso lo hizo llorar aun más.
El misterioso sanador se levantó, no dijo palabra y se dirigió a la salida. Le seguí cegado por sus milagros, tenia decenas de preguntas en la cabeza, decenas de agradecimientos. Le pedí su nombre, no respondió. Cuando le pregunté como lo había hecho tampoco obtuve respuesta. Ni siquiera se paró a atenderme, abrió la puerta del bar y se internó en la tormenta. Una fuerza irracional en mi me obligó a seguirle, Jim estaría en buenas manos e incluso así algo en ese hombre me llamaba.

Perseguí al hombre a través de la lluvia mientras hilaba callejón tras callejón. No sé porque, pero me daba la sensación que quería que lo siguiera. Andaba rápido, pero no con intención de despistarme. Sentí como la lluvia amainaba poco a poco, pero el cielo aun tronaba amenazador. Pasara lo que pasara esa noche, tenía que descubrir la identidad de ese hombre.
―¡Espere, por favor! ―le llamé, pero seguía haciendo caso omiso de mis llamadas. Empezaba a cansarme de la persecución y de algún modo decidí terminarla. El hombre pareció escucharme y se detuvo en un rincón ensombrecido de una callejuela. Me acerqué con cautela y me detuve ante él, este no reaccionó, solo pude sentir sus ojos sobre mi. La lluvia se debilitaba.
―Quería darle las gracias ―dije inseguro.
―Hice lo que se esperaba de mi ―su voz vibró en mi cabeza, familiar.
―¿Cómo lo ha hecho?¿Cómo.. los ha salvado? ―él me sonrió casi inocente.
―Tu lo sabes bien, pero no escuchas ―su voz suave se alojó en mi mente. Miró mis manos y yo hice lo mismo, las fui levantando y vi como él también alzaba las suyas, dirigiéndolas hacia mi. Entrelazamos los dedos, primero una sensación de calidez me embriagó y de repente sentí un dolor vibrante en mi estómago, como si lo agujerearan, y luego la misma sensación en mi pecho. Era como si algo me penetrara, algo pequeño, fugaz, como una bala. Sentí morir una vida en mi interior y tuve nauseas, luego regresó la calidez y supe que esa vida había regresado. Quise escuchar.
―Has estado demasiado tiempo sin oír, Matthew. Es hora de volver a escuchar ―su voz fue alejándose, hipnótica, familiar. Abrí los ojos y el hombre ya no estaba, allí donde estuviere había un gran espejo de pared y reconocí el rostro del hombre en mi reflejo. Tuve un escalofrío y alguien gritó en la oscuridad, entorné mis ojos a través de la noche. La lluvia había parado y mientras me dirigía hacia los lamentos supe que iba a ocurrir, de nuevo, algo extraordinario.

Barcelona 9 de Junio de 2008

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